Redes ópticas submarinas, talón de Aquiles de la IA
A principios de febrero de 2023, los residentes de las islas Matsu, un popular destino turístico taiwanés, descubrieron con toda crudeza lo que significaba verse aislados del mundo después de que un barco hongkonés cortó los dos cables submarinos de fibra óptica que unían su pequeño archipiélago con Taiwán. Pese a la activación inmediata del sistema de microondas que se activa en caso de emergencia, las conexiones se ralentizaron al extremo. Enviar un e-mail o un mensaje de texto requería al menos 20 minutos. Dado que la mayoría de páginas en internet se hicieron inaccesibles, hoteles, aerolíneas, comercios y restaurantes se quedaron sin servicios logísticos imprescindibles.
Los isleños tuvieron suerte. El 31 de marzo, el gobierno de Taipéi logró que un barco especializado en repararlos reactivara los cables dañados. Por lo general, la espera es mucho más larga porque solo existen 60 operativos en todo el mundo y la mayoría se ocupan también de instalarlos por un precio que oscila entre los 50.000 y 60.000 dólares el kilómetro.
Señales de alarma
El incidente fue una nueva señal de alarma sobre la vulnerabilidad de las infraestructuras que atraviesan el fondo de los mares y océanos –cables de datos y energía eléctrica, gasoductos…– y sostienen el 99% del tráfico transcontinental de datos. El primer cable transatlántico, que transmitía telegramas en clave Morse se tendió entre la costa este y las islas británicas en la década de 1850.
Hoy, por sus millones de filamentos entrelazados, tan delgados como un cabello humano y envueltos en gruesas cubiertas metálicas, viajan unos 10 billones de dólares diarios en transacciones financieras.
Un email enviado de Londres a Nueva York a través de uno de ellos puede tardar unos 70 milisegundos (0,07) en llegar a su destino. Aunque un usuario medio apenas lo nota, unos milisegundos pueden ser críticos –y costosos– en aplicaciones militares y transferencias de dinero. En 2008, cuando se rompió uno en el Mediterráneo, 14 países se quedaron sin internet, el sistema nervioso de la economía digital y la emergente industria de la inteligencia artificial (IA).
El sabotaje del gasoducto Nord Stream en el Báltico en 2022, nunca esclarecido, reveló la fragilidad de los 1.400 millones de kilómetros de los cables submarinos, a veces hasta cinco millas náuticas por debajo de su superficie.
En una comparecencia ante el Congreso español, el presidente de Telefónica, Marc Murtra, advirtió que los cables submarinos son muy vulnerables ante actos hostiles y subrayó su importancia para la soberanía digital de la UE. A través de Telxius, la compañía opera una red de cables de más de
100.000 kilómetros con 25 estaciones terrestres de amarre (CLS). El gobierno de Madrid, que esgrimió prioridades de defensa como una de las razones para la compra del 10% de la operadora por 2.284 millones de euros en 2024, va a destinar 3.262 millones de euros a nuevas tecnologías de telecomunicaciones y ciberseguridad.
Del Morse a los códigos binarios de la internet
La mayor parte de esas infraestructuras fueron diseñadas y construidas en tiempos en los que sus propietarios y operadores no tenían que preocuparse demasiado por las tensiones geopolíticas, de vigilarlos todo el tiempo o repararlos por causas ajenas al desgaste y deterioro natural de sus materiales, sometidos a la corrosión del agua salada y la intensa presión de los fondos marinos que suelen provocar unas 150 rupturas........
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