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Samuel Lozada Tamayo: el último humanista

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19.04.2025

«Ginebra te creía un hombre de Leyes, un hombre de dictámenes y de causas, pero en cada palabra y en cada silencio, eras un poeta”

Borges: «Elegía” (Los Conjurados)

Mi primer recuerdo del doctor Samuel Lozada Tamayo se remonta a la época de estudiante y mi primera imagen suya, la de un andarín neto que bajaba a pie, casi saltando, del barrio de Selva Alegre donde vivía, “al centro”, como llamamos aún al centro de la ciudad. Seguramente en dirección a la oficina de Jerusalén (que, dichosamente, se ha reabierto gracias a la gestión de Luis Lázaro y un grupo de amigos). Y supe de él por haber tenido la suerte de tener, en primer año de Universidad, como profesora de Historia Universal a su esposa María Helena Ghirardi, elegante y culta, como una mujer argentina bien educada puede serlo. Obviamente, en las clases de la señora Lozada, como la llamábamos, yo andaba embobado.

En esos años debía bajar siempre “al centro” por la calle Jerusalén también, ya que me alojaba donde mis tíos maternos en la calle Puente Grau, cerca de la esquina con Jerusalén. Luego lo encontré algunos sábados por la tarde en la quinta del doctor Humberto Nuñez Borja, de la Avenida Bolognesi, usando diligentemente su gigantesca biblioteca, lo cual me asombraba mucho porque se trataba de un día en el cual creía, en mi pobre cabecita juvenil y parroquial, que un hombre tan importante, que se respetara, jamás trabajaba ese día por la tarde. Yo hacía la finta de ir a leer, pero apenas entraba en la biblioteca, al fondo de la quinta, me ponía los audífonos para escuchar bella música, generalmente instrumental, cuya existencia ignoraba hasta ese momento, como la de Frank Pourcel, por ejemplo.

A inicios de los años setenta, hacía prácticas en la Corte Superior de Arequipa, en la calle San Francisco, y estudiaba en la Universidad Santa María cuyo local quedaba en la misma calle Santa Catalina que la Facultad de Derecho de San Agustín en ese entonces, pero al otro extremo de la hermosa calle. Allí hacíamos los dos años previos de Estudios Generales, tristemente eliminados en aras del discurso de la especialidad, la ciencia y la tecnología. Debo confesar que vivo agradeciendo esos años de humanidades, porque cambió radicalmente mi cosmovisión y mi vida, (¡cómo estaría! exclamarán los más despiadados) gracias a la calidad personal e intelectual de la mayoría de profesores, justo es reconocerlo. Fue una gran suerte para mí.

Y fue tal vez debido a estas circunstancias espaciales que no especiales (de una ciudad aún pequeña, aún con tranvía, aún no contaminada y bastante menos corrupta) que, en calidad de auto invitado, me metía de gorra a clases de los profesores que admiraba en la Facultad de Derecho de la UNSA. Uno de esos tres era el doctor Samuel Lozada Tamayo. Eran personajes muy conocidos en la ciudad. No solo en el mundo académico jurídico, sino dentro de la población, como ocurría con los catedráticos más destacados. Lo digo por mi propia experiencia, que ya conocía esos nombres estando en el Colegio.

Por supuesto que la City era mucho más pequeña que el........

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