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Toros de Sepúlveda, volver a ser un niño

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27.08.2025

En Sepúlveda, ese pueblo adornado de iglesias medievales colgadas en el aire, se reinventan cada año por estas fechas. Cuando el sol aprieta y la piedra de sus murallas se vuelve brasero, la villa se transforma en una coreografía precisa de música, humo, tradiciones y memoria. No es sólo la fiesta en su sentido más literal, sino un rito de pertenencia y de orgullo. Los toros, el tótem de la celebración, van mutando de las cornadas y los rebolcones a los quites y las risotadas de los más pequeños. Es el progreso, el futuro que nace del ayer y que se expresa aquí como en pocos lugares.

El jueves, el programa arranca con el Grupo de Danzas Virgen de la Peña, acompañando a la Reina y sus Damas, liturgia colorista que recuerda a las cortes renacentistas en versión de charanga y dulzaina. La patrona, como es natural, recibe salves, bailes, rezos y promesas. Y desde ese instante todo queda en manos de las peñas, que son el verdadero nervio del festejo. Chupinazo, limonada, desfiles interminables. El guión es conocido, pero no por ello menos eficaz: el pueblo se reconoce en sus símbolos y en sus excesos.

Pero lo interesante de estas fiestas, lo que las diferencia de tantas otras, es cómo el programa taurino convive —y casi diría que se transforma— en los encierros infantiles. El viernes, tras el encierro de las reses bravas al uso, con sus cuernos y su olor a brega, llega el turno de los niños. A las doce y media, desde el Arco del Ecce Homo hasta la Plaza de España, los pequeños reproducen la liturgia de sus mayores. Corren, esquivan, gritan. Lo hacen con toros de cartón, carretillas y astas de madera, pero en sus ojos está el mismo brillo ancestral que en el mozo que se juega la piel media hora antes.

Ese detalle, aparentemente menor, explica mucho de lo que somos. Mientras en otras geografías se liquida la tauromaquia con decretos y manifiestos, aquí la fiesta se regenera a través del juego. No se trata sólo de mantener la afición —aunque también—, sino de educar en el rito. El niño que corre........

© El Adelantado