Quién fue San Alfonso Rodríguez, el santo portero que descubrió tarde su vocación
El santo que veneran los vecinos de El Sotillo no es un santo de relumbrón. Hasta tiene nombre de estar por casa. No hizo milagros maravillosos ni tuvo una muerte legendaria, resignada y heróica. Su santidad nace de una manera de encarar la vida, de ser ejemplar sin deslumbrar a nadie, y en eso se parece a los vecinos del barrio que le sacan en procesión el 7 de septiembre. Cuando pensamos en santos, muchas veces nos vienen a la mente figuras heroicas: misioneros que llevaron la fe a tierras lejanas, mártires que derramaron su sangre o grandes fundadores de órdenes religiosas. Sin embargo, la Iglesia también reconoce como santos a personas que, sin protagonizar gestas espectaculares, vivieron con plenitud el Evangelio en lo sencillo, en lo que se repite cada día, en lo humilde. San Alfonso Rodríguez (1532-1617), patrono de porteros y conserjes, es uno de esos ejemplos luminosos. Su figura tiene un eco especial en El Sotillo (Segovia), donde se le venera cada septiembre con misa, procesión, ofrendas y convivencia vecinal.
Alfonso Rodríguez nació en Segovia el 25 de julio de 1532, en el seno de una familia numerosa: fue uno de los once hijos de Diego Rodríguez y María Gómez. Su padre era comerciante de paños, un oficio frecuente en la próspera Segovia del siglo XVI. En su niñez recibió la influencia espiritual de San Pedro Fabro, uno de los primeros compañeros de San Ignacio de Loyola, que se hospedó en su casa cuando visitaba la ciudad. Ese contacto marcó de por vida su sensibilidad religiosa.
A los 12 años ingresó en el colegio jesuita de Alcalá de Henares, pero lo dejó a los 14 tras la muerte de su padre, para ayudar........
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