En Santo Tomé del Puerto la fiesta no necesita pantallas de led gigantes, ni reguetón atronando desde un escenario alquilado a precio de oro. Aquí el pregón se da mirando a los ojos y con una sonrisa en los labios, sin más pretensión que la de recordar que otro año más estamos aquí. Y eso, créanme, ya es mucho. Cada septiembre se repite en estas tierras montaraces un rito que ni la globalización ni los tiempos modernos han conseguido desarmar: el reencuentro.

Esta noche a la noche se revive el rito del pregón a las once y media de la noche y después la orquesta Cherokee arranca a tocar. En el descanso, bingo de los de toda la vida, con cartones manoseados y premios modestos, pero con más emoción que cualquier sorteo televisado. Y a las cuatro de la mañana todavía hay más fiesta en El Chupinazo, para los irreductibles.

El sábado amanece con pasacalles en Rosuero, misa en honor a Nuestra Señora de la Natividad y, a mediodía, la porronada. Esa es la prueba definitiva de que aquí beber es un arte. Cada uno su porrón, y a ver quién tiene más maña, o más pulso. Luego los niños se pierden entre hinchables y espuma, y los mayores se enzarzan en campeonatos de futbolín y sangriadas que no entienden de........

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