El saldo invisible de las fiestas de San Juan y San Pedro
Por: Johan Steed Ortiz Fernández
Dicen que después de cada fiesta viene la resaca. Pero en el Huila, la verdadera resaca no se cura con caldo de costilla, sino con reflexión colectiva. Acabamos de vivir la versión 64 de las fiestas de San Juan y San Pedro. La vivimos entre desfiles, ferias artesanales, encuentros musicales, conciertos, palcos, reinados, asado huilense, tamales y aguardiente. Pero al apagar la música y guardar las carrozas, vale la pena preguntar: ¿qué nos queda realmente del San Juan y San Pedro?
Porque sí: el San Pedro no siempre fue como ahora. En sus orígenes fue una expresión popular, auténtica, profundamente huilense. En los barrios se mataba el marrano, se preparaban tamales, chicha y mistela. Se reunían familias y vecinos al son del rajaleñas, con el “olelo lelo laila” retumbando entre risas, coplas y carrascas. La vara de premio engrasada, el sombrero de pindo, la alpargata y el vestido blanco eran símbolo de una cultura que se tejía con las manos, los pies y el corazón.
Y también es cierto, que no hay nada estático y todo evoluciona, pero llegó el momento de hacer un “PARE” y, entre todos, evaluar este certamen, desde varias aristas.
Al departamento le cuesta casi 8 mil millones de pesos las fiestas de San Pedro, y Corposanpedro lo ejecuta todo. En total, con el municipio de Neiva, son más de 10 mil millones de pesos invertidos para estas festividades. Pero más allá de la cifra, la pregunta que incomoda es: ¿Qué retorno tuvo la inversión pública en la calidad de vida de la gente? ¿y qué retorno cultural, y........
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