Doña Mercedes Cols Arvelo de Uzcátegui: de “Villa Mercedes” a la casa bella en La Puerta | Por Oswaldo Manrique
Una fría mañana de diciembre. En la gente se notaba alegría, entusiasmo festivo; en la plaza descampaban las bombas, y cerca se escuchaba la banda con sus interpretaciones más populares. Era el día de Santa Lucía, patrona adorada de la población de Timotes.
– ¡Felipe, a la muchacha no le ajotaron los perros, ni amarrados con cinta! Fue la expresión de burla del indio Tapia su gran amigo, que lo acompañaba esa mañana, a lo que respondió jocosamente:
– ¡Sí, me miró solo de refilón!
– Yo no le aguaité defeito ni la vide esponjada, entre tanta chamuchina de gente. Felipe le agradaba ir con él a estas fiestas porque expandía el buen humor y bailaba más que un runche, cuando se fajaba a mover el esqueleto no lo paraba nadie.
– Yo tampoco, pero no le apareció el arco iris ¡Y vos sabés, que esa es la señal!
Se volvió noche, nadie sabe pa’ donde se fue. No se le volvió a ver por esos lados. Se la tragó la tierra, pero Tapia la conocía.
Era una de las muchachas más encantadoras que había visto en su vida y en fiestas religiosas y populares. De aquellas que tenían ese atractivo o encanto enérgico. De aquellas damas que sugería el daguerrotipo, movían la fibra de cualquier hombre en su sentimiento y espíritu amoroso. Cualidades maravillosas que no pasan desapercibidas. En la mañana de ese domingo, llegó a las puertas de la iglesia de Santa Lucía de Timotes, donde ya se agolpaban las familias que iban a la misa, de ese día celebratorio. Tenía una hermosa cabellera rubia, peinada libremente, que le formaba un hermoso marco a su rostro, que además, se desplegaba brillosamente sobre sus hombros. Gozaba de unos ojos claros y grandes de esos que despiden picardía y sonrisa, dándole vida a su rozagante cara.
Quizás ella, lo llegó a mirar con sus ojos sonrientes, mientras esperaba para entrar a la celebración religiosa, pues no era de allí y debía partir luego de los oficios litúrgicos a su pueblo La Mesa de Esnujaque. Esa mirada la comprendió Felipe, como un llamado de afinidad, de coincidencia, expresando igualmente su disposición a conversar con él. Sin embargo, para la sorpresa de Felipe, en un ligero descuido lo dejó absorto en la banca reclinatoria, quedando confundido y perdido, recriminándose no haberla abordado y conversado con ella, en esa oportunidad. Lo toreó.
A pesar de su embeleso, la ansiedad lo llevaba a pensar en que de un momento a otro esa invasora inquietud tendría solución. Pensaba en aquel magnífico cuerpo delgado y de formas, imaginando piernas hermosas y formidables, que la convertían en una esfinge con sus cabellos sueltos, que parecía vibrar ante el aire detenido de la plaza. Recordaba también aquel vestido sencillo, que más que una visitante parecía una deliciosa muchacha campesina. Su nombre Mercedes Cols Arvelo.
Allí estaba, junto con otras jóvenes de las familias: Vegal, Tapia, Briceño, Araujo, Rivas, Pérez Matos, Urrucheaga, Jerez, emparentadas con su familia. En la rama de los Arvelo, que llegó a avecindarse en la Mesa de Esnujaque, la primera es doña Enriqueta Arvelo, quien se casó con don Octavio Cols, y es la madre de Mercedes Cols Arvelo (Datos tomados del árbol genealógico elaborado por el Ing. Manuel J. Cols Briceño, Cabudare, 2010). Nos explica un nieto de doña Mercedes que, (Audio del Dr. Luis Uzcátegui del 14-4-2025). Los Arvelo también vinieron de las Canarias.
La joven Doña Mercedes, siempre estuvo a cargo de su familia. No era fácil sustituir a su esposo, sin embargo, mantuvo la serenidad necesaria, por el trabajo de atender las labranzas, los negocios, el trapiche, el molino,........





















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