Debate sobre el estado de la abstención (II)
Cada mes, tengo la orgullosa posibilidad de escribir una columna de opinión en el diario decano de la prensa escrita de nuestro país, y en uno de los más antiguos del mundo en lengua española, que se dice rápido. Digo orgulloso porque es realmente un orgullo, porque lo hago de manera totalmente libre -nunca han modificado ni una coma, ni han condicionado el contenido ni la temática de los artículos-. No lo hago a cambio de nada, y para mí, y para el espacio político canario del que formo parte, es la muestra tangible de una pulsión por la pluralidad informativa que ojalá todos los grandes grupos editoriales tuvieran en estas islas y allende los mares.
Quienes me conocen saben bien que no soy de adular y menos aún a quienes están en posiciones de poder, pero también saben que no me cuesta mucho, más bien al contrario, reconocer las cosas que se hacen en la buena dirección. Al César lo que es del César.
El mes pasado, la temática de la entrega la tenía clara desde antes de sentarme delante del ordenador. Coincidió en el tiempo con el Debate sobre el Estado de la Nacionalidad Canaria en nuestro Parlamento patrio y con la nula repercusión social y popular que dicho debate tiene en las calles y en el día a día de nuestra tierra. Me puse a escribir y me di cuenta de que el tema daba para mucho, que hablar del estatuto, de competencias, de soberanías y de ley electoral era prácticamente imposible en un solo artículo, y he aquí la continuación de aquella primera reflexión.
Paredes adentro de las instituciones canarias se decide sobre la vida de 2,2 millones de personas que están afuera. Paradójicamente, o no tanto, sabemos muy poco de lo que ocurre dentro, aunque sufrimos sus decisiones en nuestras carnes ¿Por qué ocurre esto? Porque así se ha querido que sea por parte de quienes mandan en estas nuestras queridas islitas, con la connivencia, por supuesto, llena de entusiasmo colonial, de los centros de poder a 2000 kilómetros de aquí.
No hace falta,........
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