menu_open Columnists
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close

La democracia no puede sobrevivir sin una prensa libre

8 0
28.09.2025

A lo largo de todos mis años de carrera periodística, que roza ya el medio siglo, he conocido solo una prensa libre e independiente en Estados Unidos. Arranqué mi andadura profesional en la década de los setenta, en una época en la que los estadounidenses podían ver con claridad cómo la prensa obraba al servicio de la democracia. Como muestra, con la publicación de los Papeles del Pentágono, primero por The New York Times, el público estadounidense pudo tomar conocimiento de los fracasos encubiertos por su Gobierno durante la larga y cruenta guerra de Vietnam. Después vino el Watergate, una investigación encabezada por The Washington Post, que permitió a los ciudadanos del país saber cómo su presidente había empleado el Gobierno como arma arrojadiza contra sus adversarios políticos, abusando de sus poderes y saboteando la Constitución.

En las décadas que siguieron a estas revelaciones, di por sentado que mi país tendría siempre una prensa libre y que la Primera Enmienda de nuestra Constitución sería su garante. Hoy, no puedo dar ninguna de las dos cosas por sentado. Como tampoco puedo asegurar que el orden constitucional vaya a mantenerse en Estados Unidos. O que el estado de Derecho prevalecerá. O que la libertad de expresión –no solo para la prensa sino para todos los estadounidenses– sobrevivirá.

Esto se debe a que tenemos un presidente que ha despreciado las limitaciones tradicionalmente asociadas al cargo. A que una mayoría en el Congreso le rinde pleitesía. A que una mayoría en el Tribunal Supremo ha entregado al actual presidente una autoridad y una inmunidad extraordinarias. A que el presidente parece decidido a atacar los pilares institucionales de la democracia, siendo la prensa un blanco altamente prioritario. Y obedece también a que estas instituciones están demostrando ser más frágiles y pusilánimes de lo que jamás habría imaginado. Y quizás más preocupante aún, a mi parecer, es el hecho de que vivamos hoy en un tiempo en el que las personas son incapaces de distinguir entre lo verdadero y lo falso o bien no están dispuestas a hacerlo. Es natural —y, en democracia, esperado— que discrepemos en torno a cuáles son las mejores políticas. Y, sin embargo, hoy no podemos ni siquiera ponernos de acuerdo sobre cómo esclarecer un hecho. Todos........

© Deia (Tribuna Abierta)