Bolivia: estatismo emocional y fe ciega estatal
En Bolivia, la política no es solo un ejercicio de poder: es una pasión cultural. Desde tiempos republicanos hasta la actualidad, el imaginario colectivo ha concebido a la función pública como un refugio libre de riesgos, esfuerzo y sacrificio personal. Esta percepción, que ya insinuaba Alcides Arguedas en sus obras más polémicas, permanece vigente con renovada fuerza. Ser político en Bolivia es, para muchos, una aspiración legítima, no tanto por vocación de servicio, sino por suponer un espacio de estatus que no exige competencia técnica ni mérito.
La cultura política boliviana arrastra una relación dependiente con el Estado. Existe una mentalidad profundamente arraigada que lo concibe como proveedor de bienestar, empleo y progreso. En este esquema, la pobreza y el subdesarrollo son culpa exclusiva del Estado que “no invierte”, no importa si se trata de una burocracia ineficiente, un sistema educativo disfuncional o un aparato productivo quebrado. Para una parte significativa de la población, el Estado debe producir, generar empleo, regular precios y, si es posible, resolver todos los problemas cotidianos. El concepto de ciudadanía activa y responsable apenas tiene espacio frente a esta idea de Estado paternalista y todopoderoso.
Con el actual modelo educativo impulsado desde el MAS, heredero de una larga tradición de instrumentalización ideológica del sistema escolar desde la Revolución del 52, la situación ha empeorado notablemente. La Ley Avelino Siñani impone una cosmovisión andina cerrada, con fuerte carga doctrinaria, desconectada........
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