¿Qué tan emancipada está la emancipación?
Preguntar por el grado de emancipación de los "emancipadores" no es devaneo retórico ni capricho incómodo, es ocuparse por una herida abierta en el corazón mismo de los procesos revolucionarios. Interroga no sólo la coherencia subjetiva de quienes luchan por revolucionar las conciencias, sino la estructura semiótica, ética y epistemológica de toda praxis transformadora. Es preguntar, también, por la dialéctica entre conciencia y acción, entre subjetividad y totalidad social, entre discurso y hecho. En ella se condensan siglos de contradicciones no resueltas entre el ideal emancipador y las formas concretas —a veces corrompidas o burocratizadas— de su realización. Preguntarnos qué tan emancipados están los emancipadores es también preguntarnos qué tan libre es el pensamiento que los anima, qué tan descolonizada está su lengua, qué tan radical es su crítica de las formas del poder y qué tan capaces son de revolucionarse a sí mismos mientras intentan revolucionar al mundo. Con una semiótica de combate a fondo.
Urge una crítica sistemática de la cultura y una autocrítica profunda de la intoxicación cultural burguesa que todos, en mayor o menor medida, padecemos. No basta con denunciar los contenidos de la dominación mediática, hay que desentrañar sus mecanismos, sus ritmos, sus estéticas, sus lógicas de seducción que han penetrado incluso en la subjetividad de los revolucionarios. La intoxicación cultural burguesa no sólo habita las pantallas, también se infiltra en el lenguaje, en el humor, en los deseos, en las formas de amar y de imaginar el futuro. Esa contaminación simbólica es tan peligrosa como la represión directa, porque actúa desde dentro, disfrazada de gusto, de modernidad, de diversión. La crítica de la cultura, entonces, no puede ser un ejercicio académico; debe ser un acto político y autotransformador, una purificación dialéctica del pensamiento y de la sensibilidad que permita reconstruir el horizonte estético del pueblo como fuente de emancipación real.
I. La paradoja del emancipador atrapado en la semiosis burguesa
Un emancipador no surge fuera del mundo que combate; se forma en sus entrañas, en el fango de las relaciones sociales que lo determinan y condicionan. Marx lo comprendió con una lucidez insuperable, "Las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante". El emancipador nace en medio de esas ideas, las respira, las reproduce a veces sin advertirlo. Su conciencia crítica, por más elevada que sea, arrastra los signos, los lenguajes y las matrices simbólicas del orden que busca superar. De ahí que la emancipación —si se la entiende como ruptura total con las formas alienadas de conciencia— sea un proceso infinitamente inacabado.
También el emancipador está atrapado en una lucha semiótica, liberar el mundo exige liberar los signos que lo interpretan, y eso implica también liberar el pensamiento que los produce. La burguesía no domina sólo por la fuerza material; domina por la hegemonía semiótica, por la naturalización de su gramática del sentido, por su control del imaginario, del deseo, del tiempo, del valor. El emancipador, si no desmonta críticamente esa maquinaria simbólica, puede reproducir en su discurso los códigos del dominador, disfrazados de consignas redentoras. El capitalismo ha aprendido a neutralizar la radicalidad de los signos, a vaciar de contenido subversivo las palabras que antes ardían en las calles, "revolución", "democracia", "pueblo", "libertad". Cuando esas palabras se convierten en etiquetas de consumo político o en eslóganes electoralistas, el emancipador corre el riesgo de quedar prisionero del simulacro. Y si no advierte esa trampa semiótica, puede convertirse, sin saberlo, en portavoz de una liberación domesticada. Disfrazada, incluso, de cancionero "popular".
II. Emancipar la conciencia emancipadora
No hay emancipación verdadera sin autocrítica radical. Toda revolución que no enfrenta el fardo ideológico, estético y cultural burgués, mata la posibilidad de seguir emancipándose. El emancipador debe emanciparse también de sus certezas, de su propio ego mesiánico, de la tentación de creer que ya "posee" la verdad. La verdad revolucionaria no es propiedad de nadie, es proceso dialéctico, construcción colectiva, crítica viva. Marx lo advirtió en su Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, "Ser radical es atacar el problema por la raíz. Y la raíz del hombre es el hombre mismo." Esa radicalidad exige que el emancipador se examine como producto de las contradicciones históricas. No se trata de purismo moral, sino de coherencia científica,........





















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