Decrecimiento o la economía cínica para tontos
Imagine que alguien propusiera resolver los desafíos del envejecimiento demográfico (mayor gasto socio-sanitario y pensiones de jubilación) reduciendo la esperanza de vida desde los 80 y pico años actuales a los 60 para que no hubiera pensionistas ni ancianos enfermos o dependientes. No parece una solución inteligente sino profundamente estúpida, pero así es la llamada economía del decrecimiento, que postula reducir la creación de riqueza (el PIB) para, resumiendo, “salvar al planeta”.
Hace poco, el inefable Jordi Évole propagaba esa economía como una verdad revelada. Sin embargo, el verdadero problema es dar con formas constructivas y sostenibles de crecimiento económico. Es un objetivo bastante más creativo que divulgar filosofías de la miseria que, ¡oh casualidad!, están pensadas para la plebe irresponsable, excluyendo al establishment concienciado. Lo decía también otro periodista catalán (¿tienen una fábrica de tipos así?): los vuelos baratos son muy malos para el planeta y además incomprensibles, pues los pobres deben viajar poco y en autobús de tercera.
Lo cierto es que el rechazo del crecimiento es tan antiguo como la conciencia económica: Platón y Aristóteles ya postularon limitar la riqueza y el comercio. Multitud de escuelas posteriores aceptaron el principio de que la pobreza (de los otros) es moralmente mejor, y las religiones del tronco bíblico añadieron la execración del rico identificando dinero con vicio y pecado, lo que no impidió ni la conversión de los judíos en expertos financieros, que monasterios y catedrales fueran la banca del cristianismo medieval o la fabulosa riqueza de los primeros califatos. El........
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