En el mismo jardín donde Fujimori cultivó la yuca, tubérculo de inocultables reminiscencias noventeras, otros tres expresidentes ultimaban los detalles de un evento de dudosa celebración. Pedro Castillo, Ollanta Humala y Alejandro Toledo —no por orden de llegada al poder, sino al penal— se habían agenciado tres sillas sobre las que estaban cómodamente sentados.

—Yo creo que debería ser algo temático— intervino Castillo con inusitado entusiasmo—. Parece que ahora la moda es esa.

—¿Y cómo es esa vaina? —preguntó Toledo, mientras se limpiaba la mano contra la tela del pantalón.

—Ya pues, Alejandro. ¿No sabes qué es temático? ¿Tan atrasado estás? Imagínate que hasta Pedro sabe qué es.

Castillo masticó una palabra que nadie entendió. Luego sonrió de lado, como si le sobrará la situación.

—O sea que me quieres hacer menos, Ollanta. No te olvides que este campesino humilde llegó a la presidencia del país contra todo y contra todos.

—¿Qué dice este cholo? —intervino Toledo, distraído por un momento por un pajarito.

—Nada —dijo Ollanta, conteniendo una sonrisa—. Dice que fue presidente —luego, dirigiéndose a Castillo—. Ya pues, Pedro. Aquí eso de que fuiste presidente no impresiona a nadie —luego, girando de nuevo hacia Toledo—. ¿Sí o no, Alejandro?

—Claro que no, carajo. Además, con las justas estuviste un año en Palacio.

—Estuve año y medio.

—Es la misma vaina.

Castillo miró a Humala, como pidiéndole apoyo.

—Lo siento, Pedro. Pero Alejandro tiene razón.

—Ya ves, cholo —se sumó Toledo.

—¿Saben qué? A veces creo que se ponen de acuerdo para agarrarme de punto.

—Nada que ver,........

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