Pequeñas f(r)icciones: Santiváñez y el chocolate presidencial
Los ojos de Dina Boluarte se cerraron y una sonrisa inopinada apareció en su rostro. No era para menos. Acababa de sentir el sabor imposible del chocolate que Juan José Santiváñez, el ministro de Justicia, le había traído desde Suiza. El aroma, la cremosidad y la suavidad del producto, sumado a esa pugna entre el dulce y el amargo del cacao, hicieron que la presidenta baje la guardia y sienta que, aunque sea por un momento, aunque no lo entienda, como dijo Bob Marley: “every little thing gonna be alright”.
Santiváñez sabía que ese era su momento. Ya le había entregado a la presidenta el Rolex que ella le había encargado y todos los pequeños y grandes obsequios con los que, en vano, la había intentado abrumar. Ni los pequeños quesos, ni las cuchillas multiusos, ni los incontables llaveros y recuerdos le habían alterado el ánimo. Sentada detrás del escritorio y con la espalda pegada a la silla, Boluarte abrió los ojos, satisfecha y sin perder la sonrisa.
—Señora presidenta, si me permite, hay un tema que tiene mi máximo interés y me gustaría mucho que lo podamos hablar en este momento.
La mirada de Boluarte, sin duda, estaba dirigida al rostro de Santiváñez, pero parecía vacía, como si estuviera en modo automático.
—Señora presidenta —insistió tras esperar en vano una respuesta, siquiera alguna reacción—. ¿Escuchó lo que le acabo de decir? ¿Señora presidenta?
De pronto, Boluarte reaccionó. Parecía que algún chasquido interno la había desencantado.
—Sí, sí, Juanjo. Disculpa, ¿me decías?
—Sí, mire, le decía que…
—¿Cómo se llama el chocolate?
—Ah, bueno, ¿el chocolate? Permítame.
Apenas terminó de soltar la frase, se levantó y se acercó al escritorio de la presidenta. Estiró el brazo y cogió la envoltura que estaba a centímetros........
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