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Soleida Ríos: “Los versos parten de mi dolor, de mis agujeros emocionales, de mis sueños…”

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07.06.2024

A Soleida (Santiago de Cuba, 1950) la imagino como una vara de mimbre recubierta de acero. Cimbra con los vientos huracanados que soplan sobre nuestro país; en ocasiones parece que se va a quebrar, pero nunca pierde la compostura. Y cuando regresa a su eje vertical viene pertrechada con nuevas emociones que volcar sobre esos versos que, desde hace décadas, reconocemos entre los mejores que se escriben en Cuba.

Soleida aglutina, acoge, funda: crea. A su nutrida obra lírica suma sus empeños colectivos, ya en forma de libro, ya como tertulia inteligente, ya como ese monumento a la perseverancia que es el archivo audiovisual de la poesía cubana, servicio útil, si lo hay, que le gana una parte considerable de su fuerza.

Licenciada en Historia por la Universidad de Oriente, la mayor parte de su vida laboral la ha dedicado a la promoción literaria. En 2013 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Nicolás Guillén; en dos ocasiones fue distinguida con el Premio de la Crítica, por los poemarios Escrito al revés (2010) y Estrías (2014). Su obra ha sido parcialmente traducida al inglés, portugués, griego, italiano, alemán y serbio. Bocaciega, su antología personal, se publicó en Brasil (2017) y Puerto Rico (2019).

¿Cuándo comenzó tu trato con la poesía? ¿Cómo fue tu despertar de poeta? ¿Quiénes asistieron a ese alumbramiento? ¿Cuándo te asumiste como poeta?

Quizás mi trato con la poesía haya comenzado en el vientre de mi madre, con el puro tic tac de su corazón; o más tarde, con sus canciones de cuna. Pero en mi memoria quedó fijado un hecho que creo aún más sustancioso. Sucedería sobre los tres o cuatro años, en La Prueba, donde nací. Me veo dando gritos delante de un plato de comida. Vi en la sopa la pata de una gallina y, por más que me obligaba a comer la persona que me acompañaba, que no era mi madre, obviamente no pude resistir esa imagen. La pata de pollo engarrotada que estaba en el plato era, para esa niña, la pata de una gallina coja que había en el patio y que al parecer llamaba mucho mi atención.

Tengo por cierto que la poesía rebasa la escritura, la oralidad (que está en su origen más reconocido), pero incluso rebasa el sueño que, en verdad, sería su primerísima y más antigua expresión como experiencia estética (según Jorge Luis Borges). Soy de mucho soñar y, por lo general, he atendido siempre lo que me “dice” … dónde me coloca el sueño. Entiendo la poesía como una capacidad de ver. Y esa capacidad te reviste de fuerza, te coloca en un centro.

Mi acercamiento definitivo a la poesía, como lectora, parte de Vallejo. Fue un verdadero descubrimiento para mi Camino. Había escrito antes, sobre los 17 años, una especie de relato de contenido simbólico que, como otros pequeños ejercicios “secretos” de ese tiempo, no conservé.

Pero ingresar en un taller literario (1973, Taller José María Heredia) literalmente empujada, y del que fui presidenta (honor inmerecido), publicar unos primeros poemas y luego otros, y libros, no me dieron un “despertar de poeta” más allá de lo propiciado por el espacio natural de mis primeros años y el lenguaje que movilizaba allí las relaciones, donde un cafetal era La Escondida; el lugar del pozo más cercano, El Paraná; un campo de viandas y frutos menores era La Rosa. Recuerdo un ritual del que se hablaba y no me he ocupado de investigar, que es “El canto de la grulla” y, en realidad, vendría a ser como un performance propiciatorio o quizás liberador de la muerte, con participación de al menos cuatro personas que ocuparían cada uno (a distancia) un punto cardinal teniendo como referencia el lugar que ocupaba alguien que debía morir.

Es más, y eso lo consulté con Desiderio Navarro, la pieza de madera con la que se removía el café en los secaderos era llamada rabota. A ver, ¿de dónde salió eso, en una finca de Alto Songo, a unos cuantos kilómetros de Santiago de Cuba? Esa palabra (¿creada?) significa en ruso “trabajo”, “de los trabajos”. Recuerdo que hubo un tiempo en el que yo acostumbraba a regalar esa palabra, escrita sobre un trocito de madera.

Háblanos de tus días santiagueros, hasta el traslado definitivo a La Habana. ¿Qué lugar ocupan estas ciudades en tu vida? ¿Qué prefieres, que aborreces de cada cual? ¿Cuáles son los sitios de mayor significación personal para ti de esas dos urbes?

Santiago de Cuba. A esa ciudad la empecé a amar cuando volví a establecerme allí, después de cinco años de becas y de cuatro años de trabajo, como maestra y luego asesora, en las montañas de la Sierra Maestra. Yo habría preferido entonces, al graduarme en Tarará, continuar en La Habana y estudiar Psicología en el Pedagógico “Enrique José Varona”. Pero había una obligación. Y esa experiencia me colocó en un paisaje humano y natural nada despreciable. Fue allí donde una campesina llamada Mirna Pérez me dio a conocer la existencia del pájaro de La Bruja. El primer poema que quise (perseguí) escribir y que “surgió”, como un chorro de agua, cuando preparaba el primer cuadernillo que me solicitaron para publicar en 1977.

Cubierta de libro. Cubierta de libro.

Para el libro Secadero (Ediciones Unión, 2009) escribí un capítulo titulado “Santiago/ evocaciones, fragmentos de amor”. Y en el preámbulo de Estrías (Letras Cubanas, 2013) describí algo así como el tercer nacimiento de ese libro:

Nació en Santiago de Cuba, ciudad bendita (¡¿Malamadre?!) arrolladora…

Dormía yo (Sin Casa) en la estación de trenes, estornudé y alguien que estaba allí me dio la bendición.

Y cuando se estornuda puede uno exhalar la vida pero también puede exhalar la muerte.

Así que tiré mi flaca muerte a las líneas del ferrocarril y me fui a otra Isla…

Hice una vida itinerante durante 11 años. Ese periplo inició en Santiago al cumplir yo 25. Y la salida hacia Isla de Pinos sucedió al modo en que un trozo de fango sale disparado de una rueda en movimiento. Culpé a la ciudad, a los funcionarios que hicieron oídos sordos a mi pedido de un mínimo lugar, una litera. Ahora tal vez lo agradezca. Creí haber perdido muchas cosas que había atesorado. Pero esas cosas me acompañaron (allí, y también después), sobre todo los afectos, las experiencias, las lecciones. Hicieron parte de mi fuerza para andar y recomponerme en medio de tanto forcejeo en razón de mi supuesto excentricismo (mujer joven, negra con “speldrum”, funciones diversas dentro del........

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