Ocho historias juarenses
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REGRESO A CIUDAD JUÁREZ
–Te puedo ofrecer mis guardias de seguridad para cruzar. Son de toda confianza.
Con toda normalidad, una desconocida me acaba de brindar parte de su vida. No sé cómo reaccionar: si agradecérselo para después declinar su invitación o tomar su gesto como un presagio de lo que será mi regreso a Ciudad Juárez.
–Es muy peligroso –razona–, y tú eres periodista, mujer, joven, extranjera. Hace poco mataron a un periodista. Matan a quince, veinte en un día.
Me encuentro en el aeropuerto de El Paso, Tejas, y pretendo cruzar uno de los puentes que unen y separan a las dos ciudades fronterizas, como lo hice, por primera vez, hace once años. Ese puente, el de Santa Fe –que une y separa todos los matices de la vida–, me fascina. Incluso me gusta ese cerro entre el desierto, pelado y pintado de blanco, que revela un mensaje: “Lee la Biblia. Es la verdad.”
Mi plan para cruzar ya está en marcha. Me llevarán dos guardaespaldas que regresarán con sus familias después de su jornada laboral. Son algunos de los que arriesgan la vida por Guadalupe de la Vega, esposa de uno de los empresarios más ricos de Juárez.
El instinto me dice que puedo confiar en esta señora de cabello rubio platino, con porte de actriz clásica al estilo de Ingrid Bergman o Lauren Bacall, que posee una hechizante elegancia que quizá se ha acentuado a sus setenta años confesados.
Guadalupe de la Vega me abre las puertas de su casa en El Paso, su refugio en Estados Unidos, antes de que yo parta rumbo al lado mexicano. Los chiles rellenos que me ofrece, la relación de complicidad con su cocinera y los guardaespaldas me hacen sentir, desde ya, cerca de Juárez.
–Un día nos amenazaron con cortar nuestras cabezas. Desde ese momento dormimos en El Paso. Mi esposo dice que vivimos exiliados al otro lado del puente.
Su hogar de toda una vida está en Ciudad Juárez, solitario y custodiado por guardias.
Como miles de juarenses que tienen posibilidades de hacerlo, los De la Vega se han comprado una casa en El Paso, la tercera ciudad más segura de Estados Unidos, y que no ha experimentado la recesión inmobiliaria gracias a la huida de sus vecinos. Otro mundo, a unos minutos de Juárez, la ciudad más violenta de México. Con estas personas, emigran los restaurantes que pueden permitírselo, ya que en México están desiertos, tanto de juarenses como de estadounidenses. Pocos se atreven a jugarse la vida por una carne asada.
Es la guerra contra el narcotráfico emprendida por el gobierno del presidente Felipe Calderón y el Ejército, que ha azotado a todos los sectores de la sociedad juarense. Es la guerra entre dos cárteles por asumir el poder en la zona. Es la ausencia de autoridad en una ciudad militarizada donde la impunidad es el mejor caldo de cultivo para la delincuencia común. Tres ingredientes, un coctel explosivo. Y siguen las mujeres muertas y desaparecidas, como desde hace dieciséis años. Con chivos expiatorios incluidos.
Más de mil seiscientos muertos el pasado año y un 2009 que promete no defraudar a las funerarias. Este enero se registró más del triple de muertes que el año pasado, 153. En febrero la cifra se disparó a 240 muertos, y marzo finalizó con menos muertes, 73 (44 en la calle, veinte en un motín en la prisión y nueve en narcofosas), y con la esperanza incierta de la llegada de más de cinco mil militares (que se suman a los dos mil trescientos asignados desde el comienzo de la Operación Conjunto Chihuahua, en marzo del pasado año) y de dos mil trescientos agentes de la policía federal.
Cada mañana, Guadalupe de la Vega vuelve a la vida, a Ciudad Juárez, donde también le espera la muerte. Regresa al Hospital de la Familia que fundó. Sobrevive a la guerra con ingenio:
–En medio de una balacera, nos llegó un mensaje: si salvan a los heridos, los vamos a matar a ustedes y a ellos. Atendimos a los heridos y a la vez organizamos un concierto de flauta clásica. Cuando entraron, no supieron qué hacer.
Son las nueve de la noche y llego con dos guardaespaldas a Ciudad Juárez. Nada más cruzamos el puente fronterizo, estos avisan a sus compañeros que han llegado para que les entreguen sus armas, que no pueden entrar a Estados Unidos.
Las calles están vacías. Sólo pasean los camiones del Ejército. No encuentro a Ciudad Juárez, mi querida Juárez. Sólo quedan sus héroes cotidianos.
LOS PERIODISTAS
Manuel Gómez Martínez se siente cerca de Blanca Martínez de la Rocha, la esposa del último periodista asesinado en Ciudad Juárez, Armando Rodríguez. También de su propia esposa (la periodista Linda Bejarano), de su madre y de su mejor amigo, liquidados hace veinte años a la puerta de su hogar por miembros de la policía federal y debido a una “confusión”, según la versión oficial. Fueron 65 balas las que recibió el vehículo donde se encontraban ese 23 de julio de 1988. Como Blanca, Manuel quedó viudo, con dos niñas, de seis y cuatro años de edad:
–Dejé de trabajar durante cinco años para cuidar a mis hijas. Mi preocupación no eran mis muertos sino mis hijas.
Armando Rodríguez, de 39 años, murió también acribillado a tiros en la puerta de su casa el 13 de noviembre del año pasado. Acababa de despedirse de Blanca, su esposa, y de sus pequeños de seis y dos años, y subió a su coche, con su hija de ocho años, para llevarla a la escuela antes de dirigirse a la redacción de El Diario de Juárez, donde cubría temas policiacos desde hace una década. Fueron diez los impactos de bala que recibió sentado en el automóvil; alcanzó a cubrir con su cuerpo a la pequeña.
–Tengo miedo porque no sé a qué me enfrento –dice Blanca, también periodista, sin que se le quiebre la voz.
Por las ondas radiofónicas de Ciudad Juárez viajan los gritos de denuncia de Manuel Gómez. Como su esposa asesinada, es periodista, desde hace 39 años. Su programa, Enlace Total, es el líder de audiencia en la ciudad. Quizás es el único espacio libre de la autocensura periodística que se ha impuesto en Ciudad Juárez, ahora más que nunca, para sobrevivir.
–Cuando cometen una injusticia, yo les llamo asesinos.
Y nadie se atreve a decirme nada, porque todos lo saben. Yo no tengo miedo a que me hagan daño.
–¿Porque ya pagaste tu cuota de muertes?
–No, ellos nunca se cansan de cobrar.
En México han sido asesinados veinticinco periodistas desde 2000. En los últimos tres años han desaparecido siete, según el Comité de Protección de Periodistas, con sede en Nueva York.
En Ciudad Juárez el “chayote” es un instrumento cotidiano de control de la información. A cambio de una cantidad de dinero, tu silencio o disciplina. Es un secreto a voces, pero revelarlo te puede costar la muerte.
Es el dinero del narco, que controla todos los niveles del poder. Las órdenes se reciben incluso por medio de tus propios editores. Son, aparentemente, pequeñas advertencias: no cubrir un accidente, obviar un suceso. La ética periodística desaparece, y todo se convierte en una jungla de la sobrevivencia. Y más en esta guerra contra y entre narcos, donde el cártel visitante, el de Sinaloa, parece tener la lista de los periodistas que reciben dinero del cártel local. Ahora, tanto si sigues las directrices como si no, corres peligro de muerte. O por ser corrupto. O por ser un periodista íntegro. O porque trabajas en un medio........
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