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La Gran Ilusión: La Prohibición del Alcohol en Estados Unidos y sus Sombras, por José Luis Farías

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26.01.2025

En 1919, tras años de luchas ideológicas y políticas, Estados Unidos se embarcó en una de las experiencias más extrañas de su historia, un experimento social que prometía purificar la sociedad pero que terminó por revelar, en su fracaso, las tensiones más profundas de la nación: la prohibición del alcohol. Si algo caracteriza a este periodo es la forma en que la moral se superpuso a la realidad, lo que nos lleva a preguntarnos si, acaso, la historia no repite, sino que se ríe de nosotros, como una caricatura de nuestras propias contradicciones.

Queda claro que la historia de la “Ley Volstead” y la Prohibición del Alcohol en Estados Unidos no es solo una crónica de la frustración moral de una nación; sino la necesidad de una reflexión profunda sobre las contradicciones inherentes a la política, la moralidad y el poder. El relato de cómo una ley que intentó erradicar el alcohol de la vida estadounidense se convirtió en un ejemplo de lo que sucede cuando la política se mezcla con la moral sin el mínimo entendimiento de las realidades humanas, ofrece lecciones aún válidas hoy. Al igual que en muchas otras historias de la política estadounidense, la Prohibición fue una tragedia que nació de las mejores intenciones, pero que terminó convirtiéndose en un experimento fallido que expuso las fisuras de una nación atrapada entre el idealismo y la realidad.

Es difícil no recordar el aforismo de Oscar Wilde, según el cual “el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones”. La historia de la Prohibición es un claro ejemplo de ello. La Ley Volstead surgió de un fervor moralista —un impulso por proteger a la sociedad de la tentación del alcohol—, la verdadera motivación detrás de su imposición fue, en última instancia, mucho más pragmática: el deseo de control. “El verdadero poder detrás de la prohibición no fue la moralidad, sino el deseo de controlar las clases trabajadoras y los inmigrantes”, señala Daniel Okrent en “Last Call: The Rise and Fall of Prohibition”. Aquí se muestra una de las primeras contradicciones de la ley: mientras que se presentaba como una cruzada para mejorar la moral pública, su aplicación era, en realidad, una estrategia política para dividir a la sociedad en “buenos” y “malos”. El alcohol, como en otras épocas, se convirtió en el chivo expiatorio de una nación que prefería legislar sobre las conductas individuales en lugar de abordar los problemas sociales más profundos que lo generaban.

La historia de la Prohibición, que comenzó oficialmente en 1920 con la 18ª Enmienda, es la historia de un fracaso rotundo. Daniel Okrent lo explica con una claridad punzante, casi como si estuviera desnudando, pieza por pieza, la anatomía de un error monumental. El país, en su afán por erradicar el alcoholismo y elevar la moral pública, se embarcó en una cruzada que más que combatir el vicio, alimentó la hipocresía. Okrent lo resume con una frase que resuena en el aire como un eco de una verdad olvidada: “Convencieron a la nación de que el alcohol era la raíz de todos los males, pero no lograron entender que la sociedad estaba tan sedienta de bebida como de libertad”. Y ahí radica el problema: la moralidad impuesta no solo fue ingenua, sino profundamente equivocada. En lugar de erradicar el vicio, la Ley Seca lo empujó hacia las sombras y lo transformó en un símbolo de resistencia, un desafío al orden establecido.

El alcohol, que siempre había sido el lubricante social, se convirtió en un terreno de combate. De repente, la bebida dejó de ser una costumbre más para convertirse en un acto de desafío, y el Estado, en su intento por imponer su moral, encontró que la resistencia no venía solo de las calles o de los contrabandistas, sino de la propia esencia del individuo. Lo que ocurrió fue un cambio profundo en las costumbres, en las relaciones sociales, y en la propia definición de libertad. En lugar de desvanecerse, el alcohol se volvió subterráneo. Los bares clandestinos florecieron, las mafias hicieron su agosto, y la economía paralela del contrabando de alcohol creció, como un monstruo alimentado por la prohibición misma. La ley, entonces, no solo se mostró incapaz de erradicar el vicio, sino que se convirtió en un motor que multiplicaba las formas de ilegalidad, transformando un problema social en un desafío a la misma moralidad que pretendía imponer.

No es solo que la ley fuera ineficaz, es que también provocó lo que los reformadores más puritanos no pudieron anticipar: una redefinición de lo que es moral y lo que no lo es. Aquello que la sociedad había querido suprimir, en lugar de desaparecer, encontró nuevos caminos para expresarse, y de paso, reveló una contradicción esencial: la libertad, esa misma libertad que en teoría debía ser preservada, se encontró secuestrada por la propia moral que intentaba imponerla. La ley había fallado, no solo porque no pudo controlar los deseos humanos, sino porque nunca entendió que aquellos deseos no eran simplemente los de un vicio a erradicar, sino los de una nación que nunca dejó de ser, por encima de todo, libre.

La Prohibición, al igual que tantos otros fenómenos históricos, comenzó como una causa noble, un sueño de pureza, pero terminó por convertirse en un espejismo político. En la lucha por erradicar lo que se veía como un vicio, la ley sembró las semillas de un monstruo mucho peor: la ilegalidad institucionalizada, el crimen organizado, la corrupción. Así, lo que pretendía ser un acto de redención social terminó por ser un campo de batalla entre la moral y la realidad, un enfrentamiento que la historia de los Estados Unidos no logró resolver, sino solo diluir en las sombras de la clandestinidad.

La literatura estadounidense, siempre atenta a las grietas de la experiencia humana, no tardó en recoger esta paradoja y transformarla en materia narrativa. Los escritores no se limitaron a reflejar los hechos tal como sucedieron, sino que se adentraron en las tensiones entre el idealismo político y las complejidades de la vida cotidiana. Lo que emergió de esa exploración fue una visión mucho más compleja y ambigua que cualquier ley escrita en un escritorio de Washington. Los escritores supieron que la moralidad nunca es tan simple como las leyes pretenden ser; que detrás de cada prohibición se oculta una multiplicidad de deseos, de contradicciones, de imperfecciones humanas que no se resuelven con decretos.

Ese impacto, que la literatura destiló en sus páginas, también fue absorbido por el cine, que lo reflejó con la capacidad de distorsionar y........

© La Patilla


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