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Ojos sin párpados

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thursday

Jeremy Bentham (1748-1832) nació y creció en una época de reformas y expansión del liberalismo inglés. Fue filósofo versátil, economista perspicaz y jurista agudo. Pensó sobre todo en la felicidad de los hombres. Aceptó como verdadero sin necesidad de demostración, el principio de que “la máxima felicidad del mayor número [de gente] es la medida de lo bueno y malo”. Un axioma moral que inspiró a revolucionarios como Thomas Payne y Camille Desmoulins, filántropos de la talla de George Peabody y Angela Burdette, incluso, un socialista utópico, Robert Owen. 

Abogó por las garantías constitucionales, la libertad de credos y de expresión, el reconocimiento de los derechos de la mujer, de los animales, la legalización del divorcio y (ahora se sabe) la despenalización de la homosexualidad. Exigió poner fin a la esclavitud, a la pena de muerte y al castigo físico (sobre todo de los niños). Fue un crítico acérrimo del derecho divino y el natural en defensa del derecho positivo. 

Pero ahí no concluyen sus méritos. Este bienhechor de la sociedad condenó a la humanidad a uno de sus peores y más fatales infiernos: la cárcel basada en el principio del panóptico. Fue su inventor y creador e intentó, infructuosamente, promover su construcción con la venta de sus propios bienes. Se trata de un orden de........

© La Jornada