¿Cuántas oportunidades perdemos por miedo a incomodar?
Quizás, como muchas mujeres, me quedé atrapada en la trampa de la excelencia: “cuando tenga más tiempo, cuando suene más inteligente, cuando logre hilarlo mejor”. Y sin embargo, este silencio me recordó por qué escribo, por qué esta columna es importante.
Ayer, en mi casa, mi abuela —una mujer de 91 años— me dijo entre lágrimas que no pedía lo que necesitaba por miedo a incomodar.
Y yo me pregunto: ¿Cuántas decisiones callamos por no generar molestias? ¿Cuántos límites no ponemos? ¿Cuántas oportunidades no tomamos? Todo por miedo a ser vistas como exigentes, intensas, atrevidas.
El miedo a incomodar no es un problema individual. Es estructural. Es generacional.
Y está tan normalizado que lo confundimos con prudencia, con buena........© El Nuevo Día
