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Pequeñas f(r)icciones: Duelo de titanes

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13.04.2025

Morgan Quero asomó la mirada a través de la ventanilla del avión y sonrió: le divertía que la nave parezca estar flotando sobre un banco de algodones gordos y blancos. Estaba de muy buen ánimo. Y no era para menos. Hace poco más de un año era un funcionario anónimo, uno de tantos que conforman esa masa estatal llamada burocracia. Ahora, en cambio, era una figura reconocida: era el ministro de Educación. Bien visto, se encontraba en la cumbre de su vida profesional. Por ello, no se sorprendió cuando la Universidad César Vallejo lo invitó a Trujillo para otorgarle el doctorado honoris causa. La vida, por fin, le estaba dando lo que merecía.

Tras llegar a tierras trujillanas al mediodía, Quero se registró en el hotel. La ceremonia estaba programada para las cinco de la tarde. Sin embargo, el ministro de Educación no tenía planeado quedarse a esperar en su habitación. En Lima, minutos después de que llegara la invitación para el honoris causa, había recibido una llamada de César Acuña pidiéndole que, por favor, apenas llegue a Trujillo asista a su casa porque había organizado un almuerzo en su nombre.

Quero llegó puntual a la residencia del gobernador regional de La Libertad. Ni bien ingresó, aparte de quedar sorprendido por el tamaño y los lujos que iba encontrando, le pareció extraña la ausencia de los demás invitados. Entonces, apareció Acuña y lo saludó con una tremenda sonrisa, de esas que estampaba en su rostro en épocas de campaña. Antes de sentarse en el comedor, Quero no pudo más con la curiosidad. “Don César…”, empezó a decir, pero en el acto fue interrumpido: “Ya pues, Morgan, estamos en confianza. Nada de don César, César nomás, a........

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