El otro padre de Martí
Hoy, con mezcla de satisfacción y tristeza, finalizamos esta sección que, mediante 17 trabajos periodísticos, intentó acercarse modestamente no al hombre de mármol, no al «supremo», sino al ser de carne y hueso, al que padeció tormentos y enfermedades, cometió errores, tuvo conflictos, amó como pocos y se hizo sol sin pretenderlo.
Tal vez podamos en otro momento seguir contando aspectos menos divulgados de José Julián Martí Pérez, quien merece estar en nuestras cabeceras por encima de aniversarios de enero y mayo. No podíamos cerrar de manera temporal o definitiva estas entregas sin referirnos a Rafael María de Mendive (1821-1886), quien fue mucho más que el maestro venerado y respetado por Martí.
Pepe se despide de él en cada carta como «su discípulo e hijo». Y en una de esas misivas llega a confesarle, como hemos narrado en esta sección, que estuvo a punto de suicidarse por la manera en que lo trataba su padre.
«Trabajo ahora de seis de la mañana a ocho de la noche y gano cuatro onzas y media que entrego a mi padre. Este me hace sufrir cada día más, y me ha llegado a lastimar tanto que confieso a Vd. con toda la franqueza ruda que Vd. me conoce que sólo la esperanza de volver a verle, me ha impedido matarme. La carta de Vd. de ayer me ha salvado. Algún día verá Vd. mi Diario, y en él, que no era un arrebato de chiquillo, sino una resolución pesada y medida», le cuenta José Julián en octubre de 1869.
En otra epístola, fechada el 15........© Juventud Rebelde
