Libertad: mejor de más que de menos
Tenemos la creencia, algo ácrata, de que la mayoría de la gente desea toda la libertad posible, al menos en “occidente”. Pero es una creencia demasiado generosa y algo narcisista. Hay más evidencia histórica y empírica de que a la hora de elegir entre seguridad y libertad más gente prefiere la primera, quizás porque no tiene alternativa, pero a menudo porque la han convencido de que renuncie por su propio bien.
El miedo a la libertad es fácil de cultivar y propagar. El resultado no es una sociedad más responsable y segura, sino más cobarde e impotente frente al abuso, la corrupción y el despotismo. Por eso, todo movimiento autoritario intenta convencer a la gente de que hay exceso de libertad y conviene renunciar a un poco por el bien de todos; como hacen Sánchez y sus compinches, se le llama solidaridad, convivencia y progreso, y asunto arreglado.
No hace falta remontarse a las calamidades comunistas y fascistas para verlo. Durante la pandemia de covid asistimos a la experiencia de lo rápido que se renuncia a libertades tan básicas como la de movimiento y reunión sin verdadera necesidad, y los abundantes “policías de balcón” voluntarios que brotaron para denunciar el libertinaje del prójimo. Y estos días asistimos a la extensión del miedo inducido al turismo, tan vinculado a la libertad personal pese a las molestias que causa cuando se masifica.
Pero el gran enemigo de la libertad no es tanto la gente corriente como las élites o grupos de interés con gabelas y privilegios que consideran sagrados. Recortar la libertad de la plebe, siempre argumentando que es por su bien, según........
© Vozpópuli
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