Los zombies son liberales: el apocalipsis es individualista
Las ficciones apocalípticas parecen hablarnos del colapso del mundo, pero en realidad revelan algo más profundo: una pedagogía emocional que nos entrena para desconfiar del otro, romantizar el aislamiento y asumir que sobrevivir es más importante que vivir en comunidad.
Una ciudad vacía, un supermercado saqueado, un tipo solo con una escopeta. Otra vez. El cine apocalíptico parece no poder soltar esta escena, como si fuera una pesadilla recurrente de la cultura occidental. Pero lo interesante no es que el mundo colapse (eso ya lo imaginamos en cada catástrofe climática o recesión global), sino cómo colapsa: siempre solos, siempre armados y siempre paranoicos.
Y ahora la pregunta central que buscaremos responder: ¿por qué imaginamos el fin del mundo como una experiencia radicalmente individual? ¿Por qué, cuando todo se derrumba, no sobrevive la comunidad sino el cowboy solitario? Este artículo propone leer esa fantasía como una expresión ideológica profundamente neoliberal. Desde Hobbes hasta Margaret Thatcher, pasando por Carl Schmitt y Foucault, haremos una autopsia política del imaginario zombie. Porque quizás el verdadero virus no sea el que convierte a las personas en monstruos, sino el que nos convenció de que nadie va a venir a salvarnos.
The Walking Dead, 28 Days Later, I Am Legend, The Last of Us. La misma historia con distintos monstruos. Distintos continentes, estéticas, velocidades… pero la misma estructura narrativa: el mundo se cae a pedazos, y un protagonista —casi siempre varón, blanco, heterosexual— camina entre ruinas buscando comida, protección y sentido. Los zombies, como ha señalado Kyle Bishop (2010), no son tanto una amenaza física como un marco para ensayar escenarios de colapso institucional y moral.
Desde la ciencia política, este patrón refleja una concepción profundamente moderna del orden social: cuando desaparece el Estado, vuelve la barbarie. Este punto se conecta con la tradición hobbesiana del «estado de naturaleza», donde la falta de autoridad genera una guerra de todos contra todos. Pero también con Carl Schmitt, para quien la política se define por la distinción entre amigo y enemigo, llevada hasta sus consecuencias extremas: la aniquilación.
La figura del zombie encarna el “enemigo absoluto”: un monstrup deshumanizado con el que no se puede negociar. En lugar de abrir espacio a lo político como diálogo o construcción colectiva, estas ficciones lo clausuran con una lógica binaria: matar o morir. Lo que parece entretenimiento es, en el fondo, una pedagogía de la desconfianza y la supervivencia individual.
El corazón ideológico del imaginario apocalíptico se puede rastrear hasta una de las ideas fundacionales de la teoría política moderna: el estado de naturaleza. Thomas Hobbes, en Leviatán, describió una situación hipotética donde, ante la ausencia de una autoridad común, los seres humanos quedarían atrapados en una “guerra de todos contra todos”, una existencia “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. La única salida era someterse a un poder soberano absoluto que garantizara el orden.
Las películas y series de zombies funcionan como laboratorios culturales donde se ensaya, una y otra vez, ese escenario hobbesiano. La desaparición del Estado —o su corrupción total— activa una regresión hacia la violencia generalizada, donde las normas se diluyen y las armas dictan la ley. Cada personaje actúa como una microversión del homo homini lupus: desconfiado, armado, dispuesto a todo por........
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