La represión en la guerra político-cultural
«A fuego lento se construye el concepto de enemigo interno. Los sectores más vulnerados pagan las consecuencias. […] La construcción del enemigo no es espontánea ni de un día para el otro. Hay un lenguaje, hay eslóganes, hay prácticas que se van modelando en el tiempo. Hasta encontrar momentos propicios para avanzar en la destrucción de ese otro.»1.
La improvisación no suele ser un hábito en la guerra político-cultural imperialista. No suele ser un error frecuente y reiterado, aunque sí puede darse en algunos momentos. Estudiar los cambios en el ‘enemigo interno’ del capital, el proletariado, es una necesidad ciega para la burguesía sobre todo en medio de las crisis genético-estructurales como la actual, especialmente aguda en EEUU2 y en el imperialismo, crisis de un alcance tal que pone en cuestión su futuro: «Las principales economías están mostrando signos de estanflación. Eso significa que las tasas de interés podrían mantenerse altas, mientras que el crecimiento económico falla. Esa es la receta para un eventual colapso en los mercados financieros.»3. En previsión, el imperialismo refuerza medidas represivas de toda índole para impedir o aplastar las movilizaciones contra una guerra que ya ha empezado y que exige gastos inconcebibles hace poco tiempo, como el de 8,7 billones de yenes, como mínimo, aprobados por el militarismo nipón4.
Antes de seguir, nos es necesario recordar estas palabras de M. Lazzarato: «El marxismo fue el descubrimiento de que la violencia no puede ser ignorada, que el capitalismo es violencia de las relaciones sociales de producción, reproducción y vida, violencia del sometimiento de los trabajadores, de los esclavos, de las mujeres, violencia de la acción del Estado, de las constituciones, de la gubernamentalidad. Este gran tema ha sido abandonado como si hubiéramos entrado en una sociedad y en una época pacificadas. Es quizás en este abandono donde debemos buscar la persistente negación dentro de los movimientos de la realidad de la guerra y de la guerra civil, incluso cuando, como es en este momento, al volverse solo vemos la desolación que han producido»5
Las grandes crisis como la actual, provocan cambios en la dialéctica de la lucha de clases, en las formas internas de las clases y por lo tanto en los procesos de liberación antiimperialista. La burguesía, sobre todo la que oprime a otro pueblo, necesita estudiar esos cambios cuanto antes: descubrir qué y cómo han surgido facciones nuevas del proletariado, cuales se han debilitado y hasta desaparecido; también le obliga a estudiar los nuevos colectivos militantes, sus reivindicaciones y formas de organización: es decir, crear propagandísticamente para criminalizar el nuevo «enemigo interno» surgido de la crisis y crear las formas de combatirlo desde fuera y desde dentro. El espionaje y la infiltración son claves en esta tarea que, empero, tiene un largo pasado de desarrollo pero también de derrotas.
La inmensa mayoría de artículos y textos sobre «guerra cultural» a secas, dejan de lado o apenas tocan la dialéctica entre cultura y política según las definen y practican las clases dueñas de las fuerzas productivas, huyendo como de la peste cuando en esa política aparecen las represiones, las violencias y el terror, con sus correspondientes formas culturales que las legitiman6.
La «guerra cultural» queda así reducida a la pugna entre «culturas» dominantes y dominadas. Pero la cultura no se entiende sin la política y ésta sin la propiedad privada, más concretamente sin la ley del valor y la consiguiente tensión entre valor de uso y valor de cambio. Extendámonos un poco sobre esto.
Según S. Amin: «La cultura es el modo como se organiza la utilización de los valores de uso […] el capitalismo es el momento de la negación del valor de uso, por lo tanto negación de la cultura, negación de la diversidad»7. Negar el valor de uso implica la alienación generalizada y exige la permanente intervención del Estado para garantizar que la ley del valor vaya arrasando la diversidad imponiendo la uniformidad del valor de cambio, de la mercancía en la que terminamos deshumanizados. La mundialización de la ley del valor fue destruyendo muy violentamente las formas de propiedad comunal y de las culturas colectivas basadas en la administración de los valores de uso. La lucha de la mujer fue decisiva en este sentido: las «hermandades de resistencia» creadas por las mujeres no solo en las naciones indígenas de América8 sino en prácticamente todas las culturas9 y en el presente10, se enfrentaron de mil modos a las violencias de los Estados burgueses.
La acumulación originaria exigió la destrucción de las relaciones sexo-afectivas y reproductivas preburguesas y el desarrollo del sistema patriarco-capitalista en el que la mujer trabajadora carga con el grueso de la valoración del capital, expropiándoles y privatizando sus saberes colectivos11. La sobreexplotación invisibilizada de cientos de millones de mujeres12 que se realiza a diario fuera de la contabilidad capitalista nos da una idea muy aproximada de las violencias múltiples patriarco-burguesas sin las cuales no se sostendría por mucho tiempo semejante sobreexplotación inherente a la ley del valor y a la mercantilización de la mujer trabajadora.
Si a esa realidad objetiva que la «ciencia social» burguesa se niega a estudiar, le sumamos las atrocidades que sufren las mujeres de los pueblos oprimidos en las cárceles del Estado invasor, ocupante, comprendemos mucho mejor qué es la guerra político-cultural en su crudeza diaria. Más aún, entendemos más realmente el papel de la cultura de la rebelión como elemento necesario en la política de resistencia nacional frente al imperialismo. Las mujeres saharauis nos dan una lección humana sobrecogedora:
« La resistencia saharaui se compone de mujeres insumisas como ellas, que pese a las fuerzas que intentan acallarles, siguen en pie siendo altavoz de una lucha, pero también de la violencia que han vivido. Son aquellas mujeres que se quedan en casa criando mientras sus maridos van al frente o marchan al extranjero a trabajar. Son las que representan a sus pueblos y se organizan para tener agua, electricidad y comida tras casi 50 años en el desierto, en territorio argelino. Son las que resisten también en los territorios ocupados del Sahara Occidental y que se niegan a marcharse, aunque quedarse suponga poner en peligro su vida y la de su familia. Son las que recorren el mundo para que se escuche su voz y que jamás deje de sonar.»13.
Otro tanto hacen las mujeres palestinas sometidas a la extrema dureza de las cárceles sionazis nos iluminan con sus prácticas culturales realizadas pese a todas las restricciones y castigos carcelarios:
« En los últimos diez años ha surgido una nueva generación de activistas que desempeña un papel clave en la transmisión de los conocimientos y las habilidades adquiridos en las luchas de sus predecesores. […] Gracias a los esfuerzos de todas estas generaciones de presas, la educación ya no es solo un medio para adquirir conocimientos y habilidades, sino que se ha convertido en un arma fundamental. Su solidaridad ha roto el aislamiento impuesto por el encarcelamiento. La prisión se ha convertido en un espacio de encuentro entre activistas de diferentes partidos políticos, entre mujeres de campos de refugiados, ciudades y pueblos, y entre mujeres palestinas de Gaza, Cisjordania y los 48 territorios. El movimiento de las presas palestinas es, sin duda, una extensión de su lucha revolucionaria.»14.
La ley del valor necesita uniformarlo todo, acabar con las diversidades para encontrar el valor medio de la mercancía para, mediante la explotación social, maximizar en lo posible la tasa de ganancia. La tergiversación mecanicista y antidialéctica de la ley del valor hace que no se pueda ver el papel del Estado y de sus violencias para contrarrestar la ley tendencial de la caída de la tasa de ganancia: el colonialismo y el imperialismo no son sino exigencias ciegas que tiene el capital para revertir esa ley tendencial. El contenido político-opresor de la cultura burguesa es inherente a las tareas de su Estado, por tanto siempre que hablamos de cultura en abstracto debemos llenarla de contenido de lucha de clases, de lucha de liberación nacional y de emancipación de la mujer trabajadora.
Desde que se tienen datos fiables, el espionaje y la infiltración, la propaganda y la guerra político-cultural han ido unidas15 mediante la estrategia centralizadora del Estado de la clase dominante. Las burocracias del Estado, que es «una máquina de la obediencia»16, tienen precisamente esa función: fortalecer la obediencia de los y las explotadas para que su pasividad permita un aumento de la propiedad privada. Como veremos luego, cuando V. Serge hablaba en 1925 de una «internacional de la policía» no hacía sino seguir la larguísima experiencia represiva que dio un paso centralizador cualitativo en la Grecia de -338 cuando la Liga de Corinto dirigida por Filipo de Macedonia asumió la prioridad de acabar con la subversión y la revuelta de los pobres contra los ricos que aumentaban desde -371, siendo el primer tratado entre griegos con esta cláusula represiva17 y posiblemente el primer plan de coordinación interestatal de las represiones.
Los departamentos de información y espionaje, otra forma de llamar a los infiltrados, estuvieron especialmente activos a partir de comienzos del capitalismo cuando la Iglesia tenía unas densa red dc curas, frailes y laicos que penetraba en todas partes, cuyas «posibilidades de obtener información eran casi ilimitadas»18. La guerra político-cultural dirigida por la Iglesia dio un salto prodigioso en el Concilio de Trento de la mitad del siglo XVI, una verdadera contrarrevolución que desarrolló nuevas formas de seducción de masas y propaganda; avanzó en la educación católica sistemática para cortar el paso al protestantismo; creó grupos sociales de presión que llegaban a toda la sociedad e impuso la confesión obligatoria para saberlo casi todo y la Inquisición para aterrorizar a casi todas las personas19.
Salvando las distancias, lo esencial de las estrategias actuales de control, vigilancia y represión ya estaba en el núcleo de la contrarreforma tridentina. La Compañía de Jesús suplió entonces las tareas de los servicios secretos, de las policías y de los grupos de extermino del presente, como se vio en su terrorífica masacre de los movimientos protestantes en Baviera, sobre todo contra los radicales anabaptistas20 que adelantaban ideas del comunismo utópico. Las acciones estrictamente políticas y militares de los jesuitas, incluidas las acciones secretas, no podían estar aisladas de su acción cultural contra el protestantismo y las herejías. La dialéctica entre cultura y política se sostenía en el interior de la Compañía mediante la estricta disciplina cuasi militar:
«En el siglo XVI la Compañía de Jesús proporciona un estilo de obediencia insólito hasta entonces en comunidad alguna, porque exige nada menos que el asentimiento del intelecto a cuanto a uno se le ordena hacer. Los miembros de la orden han de convertirse, mediante una violenta y costosa ascésis, en autómatas; las Constituciones de la Compañía equiparan literalmente a los jesuitas a muertos que caminan bajo la voz del superior, o a bastones en manos del anciano que hace con ellos lo que quiere. Nace así una obediencia que suprime la conciencia personal del bien y del mal ya que la salvación depende del ciego cumplimiento de las órdenes del Superior: el que obedece a éste jamás de equivoca, por cuanto sirve a la voluntad de Cristo encarnado en él»21.
La defensa y propagación de la actualización cultura católica elaborada en Trento era realizada por los jesuitas desde y para esa obediencia cuasi militar, lo que marcó una impronta indeleble de autoritarismo y obediencia ciega seguida luego por otros grupos católicos altamente reaccionarios -Opus Dei, Legionarios de Cristo, Sodalicio…– muy incrustados en la industria educativa y cultural, además de su enorme poder económico. La secta Opus Dei es un verdadero poder en la sombra que vertebra buena parte del nacional-catolicismo imperialista español. Tres universidades, 90 colegios y muchas escuelas infantiles en el Estado, mal-educan a diario a miles de jóvenes en una visión autoritaria e imperialista española:
« Un pequeño imperio que factura cerca de mil millones al año en conjunto –la mayor parte a través de la Universidad de Navarra– y que abarca todo el periplo educativo, desde el que la Obra trata de expandir su influencia social y su manera de entender el mundo, explican sociólogos que han estudiado a la institución que fundó José María Escrivá de Balaguer. Ni siquiera hace falta ser un experto en estos centros, toda la información está recogida en las webs de las cuatro principales empresas que alimentan la red educativa del Opus: Fomento de Centros de Enseñanza, Attendis, COAS y la Institució Familiar d’Educación.»22.
El Opus, como las otras sectas empresariales católicas, son especialmente mimadas por la burguesía que sigue la máxima de Napoleón: «Con mis prefectos, mis gendarmes y mis sacerdotes, haré todo lo que quiera»23, porque era consciente de las limitaciones de todo poder basado únicamente en el ejército, al insistir en que con las bayonetas se puede hacer de todo menos sentarse sobre ellas. Ahora bien, siempre termina reapareciendo en la cotidianeidad política la lucha de clases y entonces la bayoneta y el soldado vuelven a ser imprescindibles al menos hasta volver al orden de la propiedad capitalista. No creamos que el grueso del protestantismo era y es democrático-radical, al contrario. Lutero justificó las matanzas de campesinos insurgentes que querían acabar con los privilegios de la Iglesia, de la nobleza y de la ascendente burguesía24 haciendo realidad el Paraíso en la Tierra. La esencia reaccionaria del luteranismo volvió a hacerse patente cuando «En la década de 1920 algunos luteranos derechistas habían formado la Federación por una Iglesia Alemana, que apuntaba a eliminar el antecedente judío del cristianismo y a crear una religión nacional basada en la tradición alemana. Destacaban exageradamente los enunciados antisemitas de Lutero y su odio a la democracia»25.
Saltándonos por un momento la secuencia histórica que seguimos y centrándonos en la síntesis lógica y teórica del proceso militarista impulsado desde Trento por la Compañía de Jesús, debemos referirnos brevemente al papel actual del cristianismo en EEUU: «Los nacionalistas cristianos defienden la idea de que el país debe ser una «nación cristiana» o, al menos, estar liderado por cristianos. Esta propuesta refleja la creación de un modelo teocrático que percibe a Estados Unidos como un elemento único y especial en los «planes de dios» para la humanidad. […] Esto explica que la insurrección y toma del Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021 no fuera un hecho aislado, sino una manifestación visible y violenta de un movimiento político que había estado cocinándose en las sombras durante años, siendo una de las corrientes más antiguas y poderosas de la política estadounidense.»26, una de cuyas consignas sería aplaudida en el Concilio de Trento si este se celebrara hoy: «Dios, armas y Trump»27.
En el ínterin de la segunda mitad del siglo XVI a comienzos del siglo XIX, la burguesía fue mejorando y ampliando la dialéctica de la guerra político-cultural. Las cuatro revoluciones burguesas –Holanda, Inglaterra, EEUU y Estado francés– mostraron que el verdadero enemigo a batir no era el feudalismo ni la Iglesia, sino por un lado el campesinado y el proletariado, y por el otro lo pueblos que se resistían al colonialismo, algunos de los cuales sufrieron «el terrible terror ingles»28. De este modo, la guerra político-cultural va adquiriendo cada vez un contenido anti-socialista que será definitivo entre 1830-1848 y otro contenido de defensa de los bienes comunales, ya empezada por esa época por Marx reivindicando el derecho consuetudinario precapitalisa. La crisis de 1857 hizo que se crearan las condiciones objetivas para un ascenso revolucionario pero las condiciones subjetivas estaban muy retrasadas por varias razones entre las que destacamos la efectividad de la guerra político-cultural burguesa:
«Si bien la crisis mundial de 1857-1858 confirmó la teoría del desarrollo de la producción capitalista de Marx y Engels y su alternancia en ciclos de prosperidad y crisis –independientemente de su ocurrencia cada cinco, siete o diez años-, no se materializó la expectativa de que se desencadenara una ola revolucionaria inmediata. Los años de contrarrevolución burguesa y de prosperidad económica tuvieron un peso en la formación de la conciencia y en la organización obrera. Había una situación objetiva de crisis, pero la ausencia de condiciones subjetivas bloqueó cualquier tipo de ola revolucionaria»29.
Faltaban 13 años para la Comuna de París de 1871, años en los que la infiltración y el espionaje en las izquierdas revolucionarias no hicieron sino crecer. Los rumores, las provocaciones y las mentiras policiales pudrían las relaciones entre exiliados en Londres, impidiendo su unión y enfrentándolos unos contra otros. Son conocidos los informes que la policía secreta prusiana en Londres pasaba a Berlín sobre cómo era la podre vivienda de la familia Marx: las sillas viejas y estropeadas, la alfombra gastada, los ceniceros llenos de colillas, las tazas de café… y la biblioteca y la masa enorme de manuscritos.
En 1860 Marx tuvo........
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