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¿Se puede «negociar» con el imperialismo?

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04.02.2025

1.- PRESENTACION

2.- ASUSTAR A LA CLASE DOMINANTE

3.- ODIAR AL EXPLOTADOR

4.- PRINCIPIOS MITCHELL

5.- GUERRA DE LOS DÉBILES

6.- HACERSE RESPETAR

7.- DOS LEGALIDADES

8.- QUINCE LECCIONES

«Un gobierno socialista no puede ponerse a la cabeza de un país si no existen las condiciones necesarias para que pueda tomar inmediatamente las medidas acertadas y asustar a la burguesía lo bastante para conquistar las primeras condiciones de una política consecuente»1.

«La policía le ha abierto a nuestra gente un campo realmente espléndido: la ininterrumpida lucha contra la policía misma. Esta se realiza siempre y en todas partes con gran éxito y, lo que es mejor, con gran humor. Los policías son derrotados y obligados a buscar desesperadamente una transición. Y yo creo que esta lucha es más útil en las actuales circunstancias. Sobre todo se mantiene encendido en nuestros muchachos el odio al enemigo. Peores tropas que la policía alemana no podrían enviarse a nuestro encuentro; incluso allí donde tienen todas las posibilidades de ganar sufren una derrota moral, y entre nuestros muchachos crece día a día la confianza en la victoria»2.

«Todos los filisteos han adquirido un respeto tan grande por nosotros que chillan en coro: Sí, si los socialdemócratas quieren situarse en una base legal y adjurar de la revolución, entonces estaremos en favor de la inmediata derogación de la Ley de excepción contra los socialistas […] La base legal, el derecho histórico, la legitimidad, han sido acribillados en todas partes o echados por tierra. Pero, está en la naturaleza de todos los partidos o clases que han llegado al poder por medio de la revolución, reclamar que la nueva base jurídica creada por ésta sea reconocida incondicionalmente y considerada sagrada. El derecho a la revolución existió –de lo contrario los gobernantes actuales no sería legales– pero a partir de ahora no podrá existir más.

[…]

Y esos son los partidos que nos exigen que nosotros, solo nosotros de entre todos, declaremos que en ninguna circunstancia recurriremos a la fuerza, y que nos someteremos a toda opresión, a todo acto de violencia, no solo cuando sea legal meramente en la forma –legal según lo juzgan nuestros adversarios– sino también cuando sea directamente ilegal.

Por cierto que ningún partido ha renunciado al derecho a la resistencia armada, en ciertas circunstancias, sin mentir. Ninguno ha sido capaz de renunciar jamás a este derecho al que se llega en última instancia.

Pero una vez que se llega a discutir las circunstancias en las cuales un partido se reserva este derecho, el juego está ganado. Entonces puede hablarse con claridad. Y especialmente un partido al que se ha declarado que no tiene derechos, un partido, en consecuencia, al que se ha indicado directamente, desde arriba, el camino de la revolución. Tal declaración de ilegalidad puede repetirse diariamente en la forma en que ocurrió una vez. Exigir una declaración incondicional de esta clase de un partido tal, es totalmente absurdo.

[…]

Solo el poder es respetado, y únicamente mientras seamos un poder seremos respetados por el filisteo. Quien haga concesiones no podrá seguir siendo una potencia y será despreciado por él. La mano de hierro puede hacerse sentir en un guante de terciopelo, pero debe hacerse sentir. El proletariado alemán se ha convertido en un partido poderoso, que sus representantes sean dignos de él»3.

El proyecto inicial de este escrito era presentar la introducción que hicimos en marzo de 2024 al libro La paz con el ELN y los regateos del gobierno, publicado por Boltxe, en el que Antonio García, representante del ELN, describe con prosa ágil e incisiva por qué y cómo «fracasaron» las conversaciones sobre una posible «paz» en Colombia, «fracaso» que se argumenta en la última parte de este artículo.

Pero desde marzo de 2024 hasta febrero de 2025 se ha agudizado la crisis imperialista especialmente en cinco frentes referidos aquí muy elementalmente: Venezuela y su directa relación con Colombia; Ucrania y la derrota de la OTAN frente a Rusia; Palestina y la derrota del imperialismo sionazi; el hundimiento del imperialismo en grandes zonas de África; y el fortalecimiento del bloque estratégico formado por China Popular, República Democrática de Corea, Federación rusa e Irán, al que se le van sumandos otros países. La decadencia económica, militar y político-cultural de lo que llaman Occidente acelerada en este período, vertebra y une internamente estos y otros frentes, y es la clave de la contraofensiva desesperada del multifacético tecnofascismo y de los recortes de la democracia burguesa que imponen los Estados imperialistas.

En medio de este panorama, el reformismo insiste en que las conversaciones, el diálogo, la negociación, el consenso, el pragmatismo, la «paciencia estratégica» (¿?), etcétera, son los únicos métodos «realistas» tanto para contener y hacer retroceder al tecnofascismo como para reunir fuerzas sociales que reorienten la marcha actual de la humanidad al colapso, a la catástrofe sin tener que lanzarse a «aventuras revolucionarias». Como veremos, el ELN despanzurra esta palabrería reformista que siempre termina reforzando al imperialismo planteando otro concepto de negociación incompatible con el burgués, por ejemplo con el de los siniestros Principios Mitchell (véanse en la Red) a los que volveremos.

En este texto nos limitamos a la negociación entre opresores y oprimidos, entre fuerzas sociales inconciliables porque una de ellas, la propietaria de las fuerzas productivas y reproductivas, vive bien gracias a la explotación, opresión y dominación ejercida sobre los pueblos trabajadores. No hablamos de negociación entre fuerzas diferentes ni tampoco entre fuerzas opositoras. Ninguna estas formas de negociación entre diferentes y opositores –según las categorías dialécticas– atañen a la propiedad privada de la economía, del Estado y del ejército por la minoría dominante, sino solo a determinadas formas de poder, no a su contenido de clase propietaria.

La unidad de contrarios en lucha explica que dentro de una misma negociación entre opresores y oprimidas choquen dos negociaciones antagónicas, dos legalidades incompatibles, cada una de ellas con su proyecto y práctica negociadoras. Explica también por qué para un bando el resultado es un triunfo, una victoria y para el contrario, un fracaso, una derrota. En la lucha de clases y de liberación nacional es objetivamente imposible algo parecido al «empate» entre un bando y otro porque lo impiden las leyes tendenciales y las contradicciones del modo de producción capitalista.

Toda negociación pertenece a un proceso de lucha, de guerra social más o menos agudizada según sus frentes y momentos, por lo que su triunfo o fracaso ha de medirse no solo por sus resultados singulares sino sobre todo por su impacto sobre los objetivos históricos por los que se lucha. Esto hace que, por ejemplo, mientras que para la propaganda burguesa puede ser un fracaso que no se llegue a un acuerdo en la negociación con la oprimida, para ésta ese supuesto fracaso es en realidad una verdadera victoria.

Las tres citas arriba presentadas nos ofrecen al menos cinco principios fundamentales que marcan la incompatibilidad absoluta entre la negociación burguesa y la negociación marxista: Una, la marxista dice pública y oficialmente lo que busca en concreto y también en general, táctica y estratégicamente, con esa negociación y advierte que cuando gane la reivindicación táctica seguirá con la estratégica y que cuando llegue al poder del Estado, asustará a la burguesía. Dos, la marxista insiste en que toda negociación ha de tener como uno de sus objetivos básicos acabar con la represión y fortalecer el odio a la burguesía, sea en la problemática que sea porque toda negociación es solo una batalla en una larga guerra, y lo ganado en esa batalla debe servir para ganar otras posteriores y la guerra misma.

Tres, la marxista, defiende a ultranza el derecho a la rebelión, a la violencia defensiva y justa del tipo que sea, desde una pequeña manifestación vecinal pacífica hasta la lucha armada y la insurrección según las circunstancias y necesidades. Cualquier negociación particular no debe nunca negar ese derecho para sí misma —porque tarde o temprano volverá a ser necesario— ni para el resto del proletariado y de las naciones oprimidas, que la practicarán cuando lo estimen conveniente. Cuatro, la marxista sostiene que toda negociación ha de estar organizada por y para el proletariado estrechamente relacionado con la vanguardia revolucionaria y nunca supeditado al reformismo político-sindical. Y quinto, la marxista desprecia a quienes en toda negociación niegan el derecho/necesidad de la interacción de las forma de lucha y de la revolución y se arrodillan ante la mentira del pacifismo. Estos puntos están mucho más detallados en la última parte.

¿Por qué son importantes las tres citas del comienzo para comprender el problema de las negociaciones con el imperialismo? Veamos: Pese a la represión internacional sistemática posterior al aplastamiento de la Comuna de París de 1871 con casi 30.000 asesinados, el movimiento obrero empezó a reorganizarse y pasar a la ofensiva. Para detener este ascenso, en octubre de 1878 el gobierno prusiano ilegalizó a la socialdemocracia como movimiento amplio, pero no al SPD, intentando arrancar de raíz su creciente implantación en el proletariado y en otras áreas de la pujante clase obrera alemana, también en sectores intelectuales y artesanos que giraban del anarquismo y el socialismo utópico a la socialdemocracia, y dentro de ésta a su corriente marxista que iba ganando influencia. La ilegalización fue reforzada y ampliada cuatro veces al ver su impotencia frente al pueblo trabajador.

Por su parte, en los Países Bajos una clase obrera en rápida formación empezó a soñar en que algún día llegaría al gobierno. Uno de sus dirigentes, Domela Nieuwenhuys, preguntó a Marx sobre qué tenía que hacer el movimiento obrero en el momento de llegar al gobierno. La respuesta de Marx en 1881 es la que aparece en la primera cita de este texto: la clase obrera debía asustar –en cursivas por Marx– a la burguesía con medidas acertadas para que no se atreva a organizar la contrarrevolución. Ya en el Manifiesto Comunista de 1848 se argumenta la misma necesidad de asustar a la burguesía, aunque se emplean otros términos según las traducciones como «acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción»4, etc. Esta visión recorre toda la obra marxista y es inconciliable con el mito reaccionario del reformismo sobre la necesidad de negociar pacíficamente las posturas antagónicas entre opresores y oprimidos. Si se trata de asustar a la burguesía, la negociación con ella ha de servir para provocar su miedo, no para envalentonarla.

La postura de Marx tenía un largo aval histórico basado en negociaciones tramposas con las que los explotadores habían prevenido o aplastado rebeliones. Por ejemplo, Tucidides narra cómo Esparta hizo desaparecer sin dejar rastro a «unos dos mil»5 esclavos rebeldes, tras engañarlos con promesas de concederles la libertad y hasta agasajarles oficialmente si abandonaban la lucha clandestina para preparar rebeliones y salían a la luz pública. Mientras los esclavos escuchaban esas promesas, probablemente no imaginaban la atrocidad que los amos tenían en mente. Se confiaron, la credulidad en el explotador desplazó a la frialdad crítica. Uno de los fines de toda ‘conversación’ o ‘negociación’ preparada por el opresor es el que busca, en primera instancia, que el oprimido se confíe en sus promesas, se convierta en crédulo e iluso. Drogado por esa ilusión, el oprimo pierde toda noción de realidad y termina subyugado por el pacifismo del opresor, sin imaginar lo que le espera.

Los y las esclavas se creyeron las promesas de los amos, abandonaron la siempre imprescindible seguridad preventiva y, cuando ya estaban confiados, fueron exterminados. Algunos picaron el anzuelo y al cabo de un tiempo fueron ‘desaparecidos’ uno a uno, sin dejar rastro, en silencio. Para la demografía griega del siglo –V exterminar y hacer desaparecer alrededor de 2000 personas con capacidad de combatir, era suficiente mortandad como para impedir nuevas rebeliones de los ilotas esclavizados durante una o dos generación. La desaparición forzada de personas es una de las formas más crueles y efectivas de aterrorizar a las poblaciones durante dos o tres generaciones, mientras no aparezcan los cadáveres.

Marx conocía a la perfección a los clásicos griegos y estaba al tanto de lo escrito por Tucídides. Su consejo de que el proletariado debe asustar a la burguesía se basa también en esta base histórica y en el desarrollo posterior de la lucha de clases. En la misma época en que Marx escribía esto, indios de las praderas norteamericanas llamaban a los yanquis «lenguas de serpiente», seres con lengua bífida porque decían una cosa y hacían la contraria. Las naciones indias fueron engañadas una y otra vez y sus negociones con los yanquis traicionadas con mil excusas6, de modo que las naciones indias comprendieron muy pronto que la única forma de conservar su libertad era asustando a los blancos. En 1840 los maoríes firmaron el acuerdo de Waitangi aceptando la administración británica pero no tuvieron más remedio que ir a la guerra en 1843-46 para detener el imparable expolio de sus tierras. Los británicos incumplían las sucesivas «paces» por lo que los maoríes se sublevaron de nuevo en 1860 causándoles grandes bajas: «pero poco podían las hachas de piedra contra el fusil»7. Las rebeliones de 1883 y 1886 no sirvieron de nada porque eran sociedades «de la edad de piedra» resistiendo al telégrafo, al acero y al vapor.

¿Cuántas veces han sido engañados los palestinos? El mismo presidente ruso, Putin, reconoció que el imperialismo les había engañado con las negociaciones de Minsk de 2014-2015, verdad admitida años después por altos políticos europeos con el sincero cinismo típico de la doble moral burguesa, de la «moral bífida»: «La duplicidad con la que Francia y Alemania llevaron a cabo las negociaciones de Minsk durante algunos años ahora toma su lugar en la larga historia de la deshonestidad de Occidente en sus tratos con Rusia desde que James Baker, el secretario de Estado de George H. W. Bush, prometió a Mijail Gorbachev en febrero de 1990 –en conversación, no por escrito– que la OTAN no se expandiría hacia el este desde Alemania. En efecto, Hollande acaba de confirmar que mentir a Moscú sigue siendo perfectamente aceptable entre las principales potencias occidentales. Esto nunca ha llevado al mundo a ninguna parte buena y nunca lo hará»8.

La razón última de estos y de otros centenares de ejemplos también está presente en el contenido y en los objetivos de la afirmación de Marx sobre la necesidad de asustar a la burguesía, de imponerle un sistema «despótico» que le atemorice tanto que no se atreva a organizar ningún golpe contrarrevolucionario que destruya los avances democráticos conquistados por el pueblo trabajador. En cualquier negociación siempre presiona más o menos en cada bando el temor a las bazas ocultas, a los recursos económicos, a la fuerza política o social, fuerza de masas y sobre todo militar, etc., que tiene o pueda tener el otro bando. Por lo general, en toda negociación el bando explotado tiene más temor a las bazas ocultas que el bando explotador, a no ser que exista una sólida conciencia de lucha contra la opresión. La humanidad tiene que aprender del opresor: Sun Tzu insistió mucho en que era necesario dominar tanto el temor a las fuerzas ocultas del enemigo como los medios para asustarlo para derrotarlo sin necesidad de llegar a la guerra. Aunque Sun Tzu era un reaccionario de tomo y lomo9, algunas de sus tesis pueden ser utilizadas por las clases y naciones oprimidas siempre que se parta del criterio marxista de la dialéctica de la totalidad concreta que integra economía, política, cultura, negociación y guerra.

La ilegalización de la socialdemocracia en 1878 estaba fracasando por lo que ya para 1884 el gobierno empezó a tantear a la socialdemocracia con promesas de nueva legalización si traicionaba su ideal, su ética y su teoría revolucionaria, renegando oficialmente del derecho/necesidad de la revolución y de la lucha armada según en qué circunstancias. De inmediato surgieron a la luz sectores genuflexos que aceptaban el pacifismo y la obediencia a ultranza, fiándolo todo a la verborrea parlamentarista. Estos sectores provenían de diversas corrientes integradas en la socialdemocracia que no aceptaban total o parcialmente el materialismo histórico y menos aún su dialéctica. Lassalle representaba el sector mayoritario. Pese a su amplia cultura y a la amistad que le unía a Marx y Engels se distanciaba de ellos en cuestiones decisivas como su creencia en el Estado neutral, su interpretación de Hegel, su nacionalismo burgués, su débil crítica al capitalismo, etc.10.

Pero también tenemos que tener en cuenta la acción subterránea de los servicios secretos del Estado que con sus infiltrados propagaba el pacifismo y el rechazo de la teoría revolucionaria: el reconocido pintor H. Eichler11, agente infiltrado, organizaba reuniones de militantes en 1863, prometía que el Estado burgués impulsaría cooperativas de producción e instauraría el sufragio universal. Eran promesas desmovilizadoras sobre reivindicaciones elementales que concernían sobre todo al ideario de la futura sociedad socialista, y por eso el Estado necesitaba imponer la credulidad de que la democracia y el bienestar socioeconómico solo se alcanzarían implorando y obedeciendo al Estado, mediante el pacifismo más intransigente. Las leyes antisocialistas fueron ampliadas varias veces, como hemos dicho, la última en 1888 que buscaba la ilegalización total, pero no fue aceptada la propuesta. Las leyes no se derogaron nunca aunque fueron olvidándose en la medida en la que crecía la corriente reformista en el interior de la socialdemocracia, corriente que llegaría a ser pública a los pocos años.

El reformismo impulsado por la policía en 1863 ha ido creciendo y adaptándose a las nuevas necesidades capitalistas. Ahora, los diversos reformismos, generalmente de raíz socialdemócrata y/o socialista utópica pero también eurocomunistas, laclausianos y postmarxistas, plantean la misma solución para esos y todos los conflictos: que los y las explotadas y oprimidas, también dominadas, por el imperialismo negocien en este una «solución pacífica». Y por esto debemos volver a Engels en especial sobre la cuestión del odio de clase, de la lucha contra la represión, del papel de la policía, etc., porque nos ayudan a entender el concepto marxista de negociación.

Para reforzar la argumentación de Engels aunque no es necesario por su absoluta obviedad, presentamos estas palabras sobre la resistencia del pueblo argelino tras la invasión francesa de 1830: «Las tribus de árabes y cabilas, que estiman la independencia como un tesoro y para quienes el odio a la dominación extranjera está muy por encima de su propia vida, son aplastadas y reprimidas mediante feroces incursiones durante las cuales se queman y destruyen sus casas y enseres, se arruinan sus cosechas, y los infelices sobrevivientes son exterminados o sometidos a todos los horrores del libertinaje y la crueldad»12. Más adelante volveremos a las lecciones de coherencia que nos ha dado este pueblo admirado también por Marx.

El «odio al enemigo», a la policía, etc., debe estar presente en toda negociación con el imperialismo y con todo burgués, sea un pequeño empresario o un hombre que golpea a una mujer. La lucha comunista es inherente a valores humanos que priman la solidaridad, el comunalismo, la ayuda mutua, la desmercantilización y la prioridad del valor de uso en contra del valor de cambio, la no delación y la defensa a ultranza del derecho/necesidad de la revolución, por no extendernos. Estos objetivos históricos son los faros que iluminan el camino que debe transitar toda negociación aunque esta sea para resolver problemas más inmediatos. El odio a la opresión fue una seña de identidad de la política revolucionaria desde siempre, pero empezó a debilitarse conforme avanzaba el cáncer pacifista:

«Solo a partir de la entrada en la legalidad de la socialdemocracia alemana a finales del s. XIX, solo a partir de la paulatina acomodación de la fracción más poderosa de la II Internacional a la actividad parlamentaria y sindical, solo a partir del deterioro de las relaciones de confianza y solidaridad, que........

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