Recuerdo aquellos sábados por la mañana en los que las gradas del colegio se llenaban de padres entusiastas, aplaudiendo cada pase y gritando con emoción sin importar el marcador.

En esos días, lo importante no era qué tan bueno era cada niño con el balón, sino el simple hecho de verlos disfrutar del juego. Los equipos eran una mezcla de habilidades y tamaños: el más pequeño esquivando piernas más largas, el de cuerpo robusto corriendo con una sonrisa contagiosa. En la infancia, la pasión y la diversión pesaban más que la estatura o la complexión.

Sin embargo, con el paso del tiempo, las cuestiones físicas comenzaron a hacerse más notorias. Algunos niños crecían más rápido, otros se fortalecían antes, y no faltaban las conversaciones preocupadas entre los padres: “¿Será que mi hijo es el más chiquito del salón? ¿Debería hacer algo para ayudarlo?”. Aunque la genética juega un papel clave........

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