Un champancito inmortal
La vastedad del rango intelectual de Mario Vargas Llosa abarca una gama múltiple de disciplinas, sobresaliendo en ellas con excelencia reconocida universalmente. En su vocación primera, la escritura, creó una literatura por sí sola. Literariamente, lo vargasllosiano ya es categoría y canon, y por una osmosis virtuosa no siempre bien agradecida es también gloria peruana vigente en un país cuya mejor versión sigue estando en el pasado.
Dentro de esta influencia cultural amplia y brillante acaso hay una incursión conflictuada con la idiosincrasia nacional por la que el nobel peruano no ha sido debidamente reconocido. Si bien sería atendible considerar aquella cuestión como un arte menor, al mismo tiempo su presencia es tan influyente en todo lo concerniente a lo peruano que amerita una segunda mirada. Esa aproximación tiene que ver con desentrañar y abrazar con valiente aceptación una materia que es una de las principales contribuciones del Perú a la experiencia universal: la huachafería.
En un célebre artículo de 1983 apropiadamente intitulado “Un champancito, hermanito”, Vargas Llosa limpia, fija y da esplendor a un peruanismo que puede tener sucedáneos, pero jamás traducción fiel a su esencia. La huachafería o es peruana o no es. Todo lo demás es solamente cursi.
Dice Vargas Llosa en dicho texto que nuestra huachafería es, además de una visión del mundo, una praxis. Su curvo marco teórico supone inversamente una ejecución disciplinada de........
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