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Los regalos del dolor

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07.01.2025

Me duelen mis hijos, Valentina, Luca y Camile.

Me duele la culpa de no poder ser el padre perfecto y acto seguido, después de unas cuantas lágrimas, tomo una respiración y caigo en cuenta de que no tenemos los padres que queremos, sino los que necesitamos, y es ahí donde encuentro cierto consuelo.

Me gustaría ser un padre a tiempo completo, pero es obvio que no estaba destinado así. Luego, vuelvo a pensar que, de haber sucedido, solo hubiera sido asignado como entrenador para la vida de mi hija mayor y los dos últimos quedarían fuera del juego. Entonces, todo está bien, así como ocurrió está muy bien.

Me duele no poder olerlos por las mañanas. Por eso, cuando vienen a mi casa los fines de semana, me quedo dormido con ellos mucho después de las oraciones respectivas del “ángel de la guarda, dulce compañía”. Mari, mi esposa, entra a su cuarto a la medianoche y me lleva consigo. Cinco horas después vuelvo a sus habitaciones y los acaricio, les hablo al oído, les digo que son hermosos, que sepan que me tienen a su disposición. Ellos duermen. Por ahí una manito se levanta indicándome que estoy siendo pesado.

Me duelen mis dos divorcios, porque les tengo profundo agradecimiento a ambas.

A la primera porque me abrió el mundo. A la segunda porque me obligó a elegirme. Estas líneas no van de ellas mal y yo bien, todo lo contrario. Estas palabras juntas quiero que dejen bien en claro que todos somos seres en transformación, heridos, con el gran reto personal de, a partir de esas llagas emocionales, aprender. Y las parejas están para eso, para poner en evidencia esas laceraciones tan profundas que son necesarias curar. Son espejo, somos espejos. Me quedo un ratito pegado, suspirando y luego llega la conclusión que me hace pensar que fueron almas generosas en mi camino, que tenían como fin afinarme en el amor propio para poder........

© Perú21


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