Bodas de lodo
Estoy escribiendo estas líneas después de una bomba nuclear en medio de la fiesta de aniversario de bodas de mi tía Eldita, la hermana menor de mi mamá. Mi tía, la que más me quiere, la que más me celebra los chistes, la que dice que más me parezco a ella por lo deslenguado, la que me llamó la última vez que me divorcié y me dijo que ojalá ella tuviera esa fuerza para alejarse, y después de esa declaración nos pusimos a llorar.
Mi tía hoy cumple cincuenta años de casada y todos sabemos, en la familia y extramuros, que no es feliz. Cincuenta años de mierda, como me dijo esta semana mientras tomábamos el té en la cafetería del Country. Y aquí viene lo que me tiene acongojado; el pedido en modo suicida que acabo de recibir: “Puchunguito (así me dice ella de cariño), necesito que el sábado en la fiesta de mi aniversario digas una de esas verdades que solo tú sabes, quiero que hagas un discurso sobre las parejas y te autorizo a que hables de mí”.
—Pero, tía, ¿qué podría hablar yo de ti y de tu matrimonio?
—No te hagas el cojudo, hijito, que no te queda bien. Tú y todos saben muuuuuy bien que este matrimonio siempre fue una farsa, de las amantes de tu tío, del marino mercante que fue mi amante, de la plata sucia que hizo tu tío en el gobierno de Alan, gracias al dólar MUC y sus cochinadas bajo la mesa: de todo pues, de todo eso que me da asco. Podrías escribir un discurso así a tu estilo, acabando con toda esta pantomima…
Mi respuesta fue: “Bueno, tía, lo voy a pensar”.
Y aquí me encuentro ahorita, con toda mi familia al frente y con muchos señores, amigos de mis tíos, enternados bien a la corbata nudo Windsor con sus respectivas esposas llevando peinados que parecen hechos con inflador; mientras, yo estoy esperando la señal acordada para leer el discurso. Me están sudando las manos. Mari........
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