El trabajo de un legislador debería ser arduo e ininterrumpido para, definitivamente, asumir diligentemente su mandato que emana del pueblo, que no es poca cosa, si nos retrotraemos a los sabios griegos que nos legaron ese apostolado de servir al pueblo como única e irrenunciable condición de un servidor público y un buen político. Parece que a los legisladores en el país les molesta esta condición y desean ser observados y considerados como patricios. El idioma inglés es más preciso para definir a los servidores públicos y los designa como pública servants (sirvientes públicos).

Este trabajo maravilloso si se lo observa en su potencialidad y sobre todo en la eventual posibilidad de pasar a la historia con leyes sabiamente concebidas, debería asumir la impronta de la acuciosidad para detectar cualquier ámbito de actividad y decisión de la población que no esté regulado por el Derecho, y que éste no suministre la tipología del delito. Así, el ciudadano y los profesionales pueden acometer acciones circunscritas en el espectro moral sin ser sujetos de penalización pues no........

© Opinión