Rito Ramón Aroche, un tipo que escribe poesía
Rito no piensa que escribir poesía sea algo extraordinario. Un oficio como otro, diría. Y también que todo lo que ha escrito, escribe y escribirá puede ser recogido bajo aquellos felices títulos de Domingo Alfonso: Poemas del hombre común (1965) e Historia de una persona (1968).
Pero, a no equivocarse. Aquí “común” no quiere decir “basto” sino, por el contrario, alerta, sumergido en la marea de los días, como cualquier hijo de vecino, pero con los ojos desmesuradamente abiertos, con la anhelante respiración, con la alerta sensibilidad de quien va a trasmutar en sustancia estética, por vías de la palabra, el diario y fugaz acontecer.
Habanero de 1961, industrialista blindado contra desilusiones, Rito ha publicado los siguientes volúmenes de versos: Material Entrañable (Abril, 1994), Puerta Siguiente (Extramuros, 1993), Cuasi, Volumen II (Colección Pinos Nuevos, Letras Cubanas, La Habana, 1998), Cuasi, Volumen I (Unión, La Habana, 2002), Del río que durando se destruye (Letras Cubanas, La Habana, 2005), El libro de los colegios reales (Extramuros, La Habana, 2005), Andamios (Unión, La Habana, 2007), Historias que confunden Letras Cubanas, La Habana, 2008), Una vida magenta (Letras Cubanas, La Habana, 2013) y La estación del año (Letras Cubanas, La Habana, 2017).
En la actualidad se desempeña como promotor cultural en la Dirección de Literatura del Instituto del Libro.
Vayamos al intercambio.
¿Cómo y cuándo se da tu encuentro con la poesía?
Cuando estudiaba en la Isla de la Juventud, se desató en la beca, no sé cómo, una furia literaria sin haber asesores ni nada. Yo ni siquiera leía. Esto es, no tenía hábito de lectura. Tenía amigos que sí leían mucho, pero no escribían, y había otros a los que les gustaba escribir, y de hecho escribían hasta novelas, pero no leían nada. Lo hacían a mano, en libretas. Que al final terminaban en manos de los profesores por la gente estarlas leyendo en plena clase. Y fue así que terminó fascinándome lo que contaban en el surco los que pasaban horas entre libros; y, por otro lado, sentía una gran curiosidad por saber lo que habían escrito los otros en aquellas novelas que, por supuesto, nunca me dejaron ver.
Hasta que un día uno de mis más nobles amigos de entonces, que ni leía ni había escrito nada, me trajo un poema escrito por él que sí me dejó leer, para suerte y, quien duda que, hasta desgracia mía.
Le pregunté qué requisitos debía cumplir aquello para ser considerado un poema, y me dijo que la profesora de Literatura le había dicho que tenía que tener musicalidad. Entonces me dije: si la profesora pensaba que eso era un poema por el solo hecho de que tenía musicalidad, y que un poema para ser poema musicalidad era lo que debía tener, entonces yo, que nunca había escrito ni leído nada, podía hacerlo mucho mejor. Es lo que Chaplin llama en la Historia de mi vida gustarse a sí mismo.
En mi barrio también los había que leían y tenían una memoria sorprendente. Novelitas de pistoleros que por ese tiempo la gente solía intercambiarse, libros de Vargas Vila, sobre la Segunda Guerra Mundial. Eran personas mayores, amigos de mi madre, y yo, en la esquina, los escuchaba fascinado.
El primer poema que escribí creo que lo tengo por ahí, en alguna libreta. A diferencia de otros que comenzaron leyendo primero y luego escribiendo, o viceversa, aquel entorno hizo que se diera en mí las dos cosas a la vez: la pasión por leer y el deseo de escribir.
¿Distingues entre poesía como género literario y poesía como emanación del ser sensible?
Sí, lo uno y lo otro. Y, como diría la letra de un tema del momento, y todo lo demás, por supuesto. Se ha hablado y hasta teorizado mucho sobre el tema, desde disímiles puntos de vista. Ignoro lo que pueda aportar.
Fuera de la literatura, ¿puedes señalar el primer hecho de trascendencia poética de tu vida?
¡Qué pregunta! ¿Sabes cuál fue ese hecho? Mira, a pesar de que recibíamos muchas manos de golpes mis hermanas y yo cuando niños, de parte de nuestra madre, puedo decirte que entre todas ellas hubo una que sí tuvo un carácter “transcendental”. Y fue la que me propinó el ser que más y mejor ha influido en mi vida: mi abuela.
De todos mis primos y hermanas, y mira si somos varios, al único al que consiguió meter de verdad en cintura fue a mí. Tan “transcendental” fue esa mano de leña, que........
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