León Sarcos: Julio Verne, mago de la presciencia
Nunca debemos temer ir demasiado lejos, porque la verdad está más allá… Mientras los hombres sean libres de preguntar lo que deben, libres de decir lo que piensan, libres de pensar lo que quieran, la libertad nunca se perderá y la ciencia nunca podrá retroceder. Marcel Proust
Verne es el paradigma mismo de la fantasía dura y su obra admirable no solo pretende lograr el efímero triunfo de la perplejidad, sino también las magias más perdurables y hondas de la profecía, el ritual iniciático y la liberación utópica… Porque, a fin de cuentas, leer a Verne es como subir a un globo sin lastre, como cabalgar en un cometa, como dejarse arrastrar al abismo por una insondable catarata: y todo ello, dentro del más estricto y hasta el más prosaico sentido común. Fernando Savater
En Verne hay una síntesis a menudo perfecta entre el orden plástico de la Enciclopedia y el aliento musical del Romanticismo. Fue uno de los pocos europeos que fueron al mismo tiempo y casi sin conflicto, herederos del universalismo de Voltaire y de las ensoñaciones relativistas de los románticos alemanes: se condujo Verne por el planeta como un ciudadano del mundo porque la pluralidad de universos que el hombre puede habitar le pareció sumamente confortable. Domínguez Michael
Julio Verne todavía es un hombre invisible –afirma William Butcher– en la que pretende ser la biografía definitiva del autor de Cinco semanas en globo, su primera novela aparecida en 1863, presentada a su editor junto con París en el siglo XX. La última, rechazada por este al considerarla disparatada, pesimista y poco comercial para el momento, y publicada más de un siglo después, en 1994 –ironías de las letras– es realmente la única de sus obras valorada por especialistas auténticamente como de ciencia ficción de entre más de un centenar del escritor de Viajes Extraordinarios.
El segundo autor más traducido de la historia –según la UNESCO, 4.700 traducciones en 150 idiomas del orbe– sigue siendo paradójicamente a lo que sucedería con un clásico: un autor conocido desde Ciudad de México a Manila y fuente iniciática deslumbrante para muchos grandes de las letras como Leon Tolstoi, André Breton, Marcel Proust y J-M. G. Le Clezio –quien evoca los héroes de Verne más prístinamente que los de Homero–, pero apartado de los programas escolares y los tratados de literatura. A pesar de que su inteligencia y su singular técnica narrativa hayan cautivado ensoñadoramente a millones de lectores de sus páginas, la academia y los especialistas durante décadas decidieron ignorarlo.
No fue un científico ni un profeta –según Rémy Bastien van der Meer– el creador del Capitán Nemo. Su fama nace de su talento como novelista, pero en el curso de ese quehacer al que dedicó más de cuarenta años de su vida también resultó ser un poeta de la ficción. Hay infinidad de calificaciones, de juicios y de interpretaciones en la valoración de su vida y obra, pero ninguna le resta mérito a sus atributos como uno de los grandes de la literatura. Una biografía inicial muy pobre de una pariente, Marguerite Allotte de La Fuÿe, la indiferencia de la academia para evaluar su estilo y técnica literaria, sumadas a lo hermético de su vida personal lo han complicado todo.
Tres versiones sobre Julio Verne
El recuerdo de las cosas del pasado no necesariamente es el recuerdo de las cosas como eran. Marcel Proust
He tomado la lectura de tres de innumerables ensayos elaborados por respetables críticos y escritores para acercar al lector a lo que realmente fue la vida y obra de este genio de la literatura. Uno de National Geographic, redactado por Pedro García Martín, diría que el más formal y didáctico. La crítica dura de su obra, encarnada en Rémy Bastien van de Meer y en la elegante y fina prosa de Domínguez Michael y, finalmente, la reciente y exhaustiva biografía de William Butcher, más algunos comentarios críticos de otros especialistas.
La exploración del mundo y el progreso tecno
Esos dos temas que preceden, los exploradores que se adentraban en territorios desconocidos hasta entonces –como África tropical o las profundidades marinas– y los avances científicos y tecnológicos que plasmó en su obra, eran los tópicos que apasionaban a la sociedad europea del siglo XIX, escribe Pérez Martín.
Perteneciente a una familia burguesa, Julio Verne nació el 8 de febrero de 1828, en Nantes, ciudad de Francia. Fue el mayor de cinco hermanos al que se agregarían Paul, en 1829 y sucesivamente tres hermanas hembras: Anne en 1836, Mathilde en 1839 y Marie en 1842.
Su padre, Pierre Verne, era notario y descendiente de todo un linaje de abogados. Su madre, Sophie Allote, pertenecía a una casta de militares. Vivió Verne su infancia y adolescencia en el exclusivo barrio de la ciudad de Loira, donde la mayoría de las lujosas mansiones eran propiedad de armadores de barcos, enriquecidos por el oro negro –como se calificaba a las ganancias de la actividad económica, obtenida en ese entonces de la trata de esclavos–. Deuda cívica que el escritor francés cancelará a su ciudad en Un capitán de quince años, donde cuestiona el espantoso tráfico de cargamentos de ébano.
La afición a la geografía y los viajes
Sobre su espíritu viajero y aventurero, comentado por todo aquel que ha estudiado sus grandes pasiones iniciales, se relata una bella anécdota, que probablemente apócrifa, se ha convertido en parte de la leyenda de su hermética vida.
Cuentan que a los once años, en un gesto temerario, dada la fascinación que el deseo de aventura provocaba en él, embarcó de polizón en el Coralie, un mercante que viajaba rumbo a la India, del cual fue bajado en el mismo puerto por su padre. Su propósito: encontrar corales para tejer un collar y regalárselo a su prima Caroline, de quien siempre vivió enamorado. Después del más severo castigo vendría su famosa frase: De hoy en adelante solo viajaré en sueños.
A juicio de Pérez Martín lo que en verdad despertaría su vocación literaria sería su afición al estudio de la geografía, y particularmente, a los cuentos marineros de su maestra de primaria, esposa de un capitán de barco. Estas inclinaciones hacen que en la secundaria gane un premio de geografía y se despierte su interés en coleccionar toda clase de folletos, revistas y libros de carácter científico, y a devorar con devoción libros de aventuras. Uno de sus preferidos sería Robinson Crusoe.
Su prima Caroline, un amor imposible
Su decepción amorosa a los diecinueve, rechazado definitivamente por su prima Caroline al contraer matrimonio con un noble acaudalado –ella nunca mostró interés en su enamoramiento–, provocó en él un desinterés temporal por el arte que lo llevaría a aceptar, con cierta resistencia, la voluntad de su padre Pierre de estudiar derecho en París. Ya desde el mismo día del bautismo de Julio aquel había afirmado: Mi hijo será abogado como yo.
Así llegaría en 1847 a la capital, en la antesala de la revolución liberal que derrocó al rey Luis Felipe y en su lugar se decretará la República democrática. Frecuentaba el Barrio Latino que, en medio de la turbulencia política y pleno Romanticismo, amaba a Balzac, a Hugo y a Musset.
En ese ambiente, en la casa de madame Barrère, gracias a su tío Francisque Châteaubourg, quien era su anfitrión en la gran ciudad, hace amistad con Alejandro Dumas hijo, relación afectiva que se mantendrá hasta el final de sus días y será él quien lo anime a postularse en 1886 a la Academia de la Lengua Francesa, con resultados infructuosos. Bajo su influencia escribirá obras teatrales, relatos cortos y libretos de ópera, que lo motivarán con mucha convicción a marcar distancia con el derecho y en consecuencia con su padre, quien retiró el financiamiento de sus estudios y de su estadía en París.
El camino tortuoso y bendito de las letras
El porvenir no me inquieta; lo que es duro es el........© La Patilla
