La otra cara: “La Sombra del Apátrida: El Desgarro del Coronel Redl”, por José Luis Farías
En el crisol tumultuoso de la historia, donde los ecos de la traición se enredan con el rugido de un caos incesante, Stefan Zweig inicia su relato autobiográfico, “El mundo de ayer”, con la gravedad de un hombre que se siente el último de los testigos de una era desmoronada. Con el espíritu abatido de un apátrida, busca desentrañar la esencia de un tiempo en ruinas, un tiempo que se desmorona bajo el peso de sus propias contradicciones y desdichas. Así, entre las sombras de un mundo que se derrumba, Zweig traza con la delicadeza de un orfebre la memoria de un pasado que, al igual que el suyo, parece desvanecerse en la niebla de la desesperanza. En las primeras líneas del prefacio de su obra revela con inusual honestidad y profundidad el dilema del escritor que se enfrenta a una época turbulenta. En su reflexión, Zweig no se erige como protagonista de su propia historia, sino que se convierte en un mero vehículo para relatar el drama colectivo de su generación. Su disposición a colocarse a sí mismo en un segundo plano subraya un acto de humildad y desinterés notable, y refuerza el propósito de su narración: no contar su vida, sino interpretar el destino de toda una era convulsionada.
El Apátrida y la Verdad
Zweig describe cómo, a lo largo de su vida, ha sido despojado de todo lo que una vez conoció: “Tres veces me han arrebatado la casa y la existencia, me han separado de mi vida anterior y de mi pasado, y con dramática vehemencia me han arrojado al vacío, en ese «no sé adónde ir» que ya me resulta tan familiar.” Un paria como hoy lo son más de ocho millones de compatriotas venezolanos. Esta experiencia de pérdida y desplazamiento repetido se convierte en un marco para su análisis de una época marcada por el caos. La reiterada expulsión de su vida anterior lo lleva a la condición de apátrida, una figura que, en la aparente pérdida de pertenencia, encuentra una libertad única y radical. Su desposesión, lejos de ser una simple calamidad, se transforma en un punto de vista privilegiado para examinar la historia con la mayor imparcialidad posible. “Es precisamente el apátrida -enfatiza- el que se convierte en un hombre libre, libre en un sentido nuevo; sólo aquel que a nada está ligado, a nada debe reverencia.” Al describirse a sí mismo como un “apátrida”, Zweig no solo refleja su propia alienación personal sino que también alude a una condición más universal: la de una generación que, a través de las convulsiones históricas, ha sido desarraigada y forzada a enfrentarse a su propia identidad en un contexto de constante cambio. Su renuncia a las raíces, dice, es también una forma de liberación, una oportunidad para ofrecer una visión más despojada y honesta de los acontecimientos que definen su época.
La sinceridad y la imparcialidad que Zweig se propone como objetivos en su narración son también un testimonio de la búsqueda de verdad en medio del caos. En este sentido, Zweig se alinea con los grandes escritores que, al despojarse de sus propias identidades y preferencias, buscan ofrecer un relato más puro y objetivo de la experiencia humana. La historia se convierte en un escenario donde la autenticidad se convierte en el valor supremo, y el autor, al renunciar a su protagonismo, aspira a ser un cronista fiel de la era que le tocó vivir. Me aprovecho de esa fidelidad de Zweig con la realidad para parafrasear su historia sobre un caso poco conocido pese haber sido motivo de una polémica obra de teatro “A Patriot for me” (1965) del........© La Patilla
