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Una autocrítica necesaria en la izquierda

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16.03.2025

I

¿Qué estamos haciendo mal en la izquierda? Remarquemos que está dicho en primera persona plural; es decir: me incluyo, soy parte del “nosotros”. Lo presento así porque existe cierta tendencia a decir “la izquierda” no sabe por dónde ir, “la izquierda” está algo perdida y sin rumbo, expresándolo en tercera persona, lo cual excluye de la enunciación a quien lo enuncia. ¡Garrafal error! Si eso sucede -el que quizá estemos perdidos, sin un norte claro, sin propuestas convincentes que impacten en la gente- no es cuestión de “otros”, lo cual nos eximiría de la autocrítica. Todas y todos quienes nos asumimos como gente de izquierda -más allá del debate que esa caracterización deba abrir: ¿qué significa hoy ser de izquierda?- estamos forzosamente incluidos en esta ¿debacle? que vivimos en el campo popular y en sus expresiones de lucha.

Hay que reconocer -tonto, o suicida, sería no hacerlo- que desde la desintegración del campo socialista europeo y la caída de la Unión Soviética, las izquierdas del mundo quedamos algo, o muy, huérfanas. Esto no significa un inmediato y mecánico ensalzamiento de lo que en el primer Estado obrero y campesino se fue gestando. Sin dudas el capitalismo de Estado que allí se erigió abre muchas interrogantes, muchas necesarias revisiones y autocríticas. No para quedarse con la simplista -y peligrosa- lectura que identifica esa experiencia con un fracaso (y que Stalin fue igual que Hitler), tal como lo pretende la derecha (o incluso cierta izquierda). Si en las distintas revoluciones socialistas habidas en la historia del siglo XX, muy pocas por cierto, siempre se repitió este retorno a modelos capitalistas, con burocracias que se fueron constituyendo en nuevas virtuales clases sociales separadas de la clase trabajadora -más allá de un discurso supuestamente revolucionario, pero anquilosado y manualesco en definitiva, sin aportar nada nuevo en la construcción de alternativas emancipadoras-, si siempre se dieron, en mayor o menor medida, esos procesos de recaída en prácticas corruptas y deslumbramiento, más o menos escondidos, o no, por los logros de la empresa privada y sus oropeles, ello debe abrir un sano debate. No para negar las posibilidades de una sociedad post capitalista, sino para preguntarse muy autocríticamente -y con metodología de análisis científico, no cayendo en voluntarismos moralizantes- por las dificultades de construir realmente algo nuevo.

Construir cosas novedosas en términos sociales-culturales es algo insufriblemente lento, complejo, plagado de inconvenientes. “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, decía Einstein. Sabias palabras. Tomar el poder político del Estado, sacar a los gobernantes de turno, y junto a ello echar a patadas (quizá literales) a la otrora clase dirigente, es difícil. Quizá dificilísimo; la experiencia muestra que eso se torna cada vez más complicado. Pero si ello vuelve a suceder, como ya pasó varias veces en el siglo XX (y como debemos seguir intentando, pues buscar eso es ser de izquierda), la posterior edificación de una sociedad nueva (socialista) es infinitamente más complicado. Ahí empieza el gran desafío.

II

En Cuba un ingeniero en física nuclear gana unos pocos dólares al mes, y quizá tiene un mejor ingreso -medido en billetes- como mesero o conductor de taxi -por las propinas recibidas- que ejerciendo su profesión. Y, consternado, ve cómo un profesional similar, en otras latitudes gana fortunas -quizá 1.000 veces más- comparado con su magro ingreso. ¿Fracaso del socialismo, o ello impone otra lectura mucho más profunda, más crítica? Si seguimos pensando que el otro ingeniero “está mejor” -lo cual, en cierta mirada, es cierto, ¡pero medido en billetes!, claro- ello nos alerta que llevamos los valores capitalistas incrustados hasta el núcleo de las células. Así como llevamos incrustado, todo el mundo, hombres y mujeres, el patriarcado, el racismo, el autoritarismo, el adultocentrismo, y en Latinoamérica el eurocentrismo, el malinchismo, por mencionar algunas que otras preciosuras que pueblan la vida humana.

Con esto queremos significar que los cambios reales, profundos, que modifican sustancialmente lo que somos, es decir: transformaciones que tocan nuestra fibra más profunda, son procesos complejísimos y larguísimos. El capitalismo fue un modo de producción revolucionario comparado con el feudalismo medieval de Europa, pero en su acumulación originaria hubo mucho esclavismo, expresión de un modo de producción supuestamente ya superado (población africana negra llevada encadenada a Estados Unidos en los macabros barcos negreros, por ejemplo; o población esclavizada en los campos de concentración y exterminio nazi, que trabajaba como esclava para la industria bélica del Tercer Reich… ¡y para grandes empresas teutonas como Krupp, Bayer o Siemens!) Es decir: aunque el capitalismo se impuso violentamente en el mundo cortándole la cabeza a la nobleza francesa, siglos después aún conviven en los primeros -e industrializados- países desarrollados, formas antiquísimas. La “culta y refinada” Europa -hoy furgón de cola de Estados Unidos y crecientemente empobrecida-, cuna del capitalismo por excelencia, presenta en pleno siglo XXI rémoras de un pasado milenario, con parásitas........

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