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Habla un psicoanalista marxista

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El periodista K., famoso por sus incisivos reportajes, entrevistó al prestigioso psicoanalista marxista W.M., de Croacia. Las respuestas no tienen desperdicio. Al contrario: son una imprescindible lección que debemos leer con mucha atención. Presentamos aquí la versión española, traducida con inteligencia artificial del original croata.

Periodista K.: Se dice que no se puede ser psicoanalista y marxista al mismo tiempo. ¿Es así?

Entrevistado W.M.: ¡En absoluto! Me parece que es absurdo plantearlo de ese modo, aunque sé que, efectivamente, muchas veces se hace. Sería como plantearlo al revés: ¿se puede ser psicoanalista y de derecha? Bueno… ¿por qué no? Los y las psicoanalistas tienen ideología, igual que los arquitectos, los choferes de bus, los meteorólogos o los astronautas, las madamas de un prostíbulo o los doctores en física cuántica. ¿Cómo podría prescindirse de eso, de la ideología que nos da identidad? Esa tremenda estupidez que profirió Fukuyama ante la caída del Muro de Berlín, que ahí llegábamos al fin de la historia y de las ideologías, no se sostiene, es una barbaridad, una simpleza banal. ¡Por supuesto que un psicoanalista puede ser marxista! De hecho, hasta donde yo conozco, en todo el mundo no es lo más común, -en general, son más bien de derecha-, pero por supuesto: claro que los hay marxistas. Usted está hablando con uno de ellos en este momento.

Periodista K.: ¿Y qué significa ser ambas cosas? ¿Se pueden articular estos dos pensamientos?, por cierto, revolucionarios ambos.

Entrevistado W.M.: Es complejo eso. Articularlos, en el sentido de lograr un discurso unificado tomando elementos de uno y otro, no se puede. Eso se intentó hace bastantes años con eso que se dio en llamar “freudomarxismo”. Recordemos que esa búsqueda no prosperó, quedó en el olvido. No lo hizo porque, simplemente, no se pueden unir dos campos teóricos que hablan más o menos de lo mismo -la alienación del sujeto-, pero tienen efectos prácticos diferentes. El uno, el psicoanálisis, es una práctica clínica, por tanto, muy personal. El otro, el marxismo, es una guía de acción para la acción política, para lo masivo, lo colectivo. Si bien es cierto que existen intentos de utilizar conceptos psicoanalíticos para leer fenómenos sociales -ahí están los cuatro discursos que propuso Lacan: discurso del amo, universitario, de la histérica y del analista, por ejemplo, escritos al calor del Mayo Francés de 1968- eso no tiene una aplicación práctica efectiva en el ejercicio político. Es como utilizar conceptos del psicoanálisis para leer, por ejemplo, fenómenos artísticos: es posible, pero eso tiene un valor solo de ejercicio intelectual, interesante quizá, muy rico. Pero yo diría que hasta ahí. El marxismo, eso que diseñaron Marx y Engels en el siglo XIX y que inspiró las revoluciones socialistas que conocimos en el siglo XX, es otra cosa, ni mejor ni peor, simplemente otra cosa: permite una acción transformadora en lo social. Recordemos al respecto la Tesis XI sobre Feuerbach. Por eso digo que intentar unirlos en un solo discurso no aporta, ni para la clínica, ni para la revolución. Nadie padece síntomas neuróticos, o delirios esquizofrénicos, anorgasmia o alcoholismo por las condiciones socioeconómicas de pobreza -todo eso se da por igual en todas las clases sociales-, ni se puede impulsar la revolución socialista con una lectura psicoanalítica de la sociedad en términos, por ejemplo, de los matemas lacanianos.

Periodista K.: Entonces ¿cómo se puede ser psicoanalista y marxista simultáneamente?

Entrevistado W.M.: Ser marxista es un posicionamiento ideológico. Todas y todos, como sujetos ubicados en algún lugar, sujetos deseantes y sexuados que hacemos parte de un colectivo que nos constituye -se terminó la ilusión del libre albedrío- portamos, transmitimos y reproducimos una ideología. Trabajar en un consultorio privado cobrando altos honorarios que solo un pequeño porcentaje de la población podrá pagar, o trabajar en un dispensario popular, en un hospital público o en una barriada pobre a un costo bajo, eso implica tomar partido por una ideología. Hay quien plantea que no puede haber acto analítico si no hay un pago económico; incluso, un pago alto -“el análisis tiene que costar mucho”, escuché alguna vez-. No lo veo así o, en todo caso, hay que situar ese dicho. Siempre hay un pago; no hay nada gratis. No olvidemos que Freud, en algunos casos, atendió sin cobrar honorarios, gratuitamente, y solía decir que “el análisis no debe ser caridad, pero tampoco negocio”. Pensemos en un país socialista donde la salud es pública -insisto: no es gratis, alguien la paga, y ese alguien no es otro que la gente con su trabajo, produciendo la riqueza social-; entonces allí, con un planteo de la salud no como mercancía sino como derecho humano ¿no podría haber psicoanálisis entonces? ¡Todo eso es ideología! Un psicoanalista marxista tendrá una posición tomada al respecto: en otros términos, defenderá el sistema de salud pública, en vez de priorizar la práctica privada. Y ese psicoanalista, si lo desea, también podrá trabajar -si hablamos de un país capitalista- para transformar su sociedad con un planteo socialista. Es decir: podrá militar en una fuerza de izquierda, quizá hacerse guerrillero, o candidato presidencial por un partido que participa en las elecciones democrático-burguesas con talante de izquierda. ¿Qué lo podría impedir?

Periodista K.: Usted dijo que la mayoría de psicoanalistas son de derecha. ¿Es así? Si trabajan poniendo en práctica una teoría revolucionaria, verdaderamente subversiva como es la obra freudiana, ¿por qué son de derecha?

Entrevistado W.M.: Una obra -la freudiana- no se superpone y articula automáticamente con la otra -la marxista-. Tal como usted lo dice, ambas son revolucionarias por todo lo que derriban y por lo nuevo que inauguran: el sujeto del inconsciente destronando el altar de la razón, el psicoanálisis; la lucha de clases como motor de la historia y la posibilidad de una sociedad sin clases a la que llamamos comunismo, el marxismo. La experiencia demuestra, sin embargo, que no es imperioso que quien piensa con uno de esos modelos piensa simultáneamente también con el otro. Me atrevo a decir que los seres de carne y hueso concretos portadores de estas ideas no siempre conocen ambas al mismo tiempo, y muchas veces, desde una posición, miran con desconfianza la otra. Eso pasa más aun entre los psicoanalistas. Y se entiende: ser de izquierda no es fácil. En realidad, es meterse en problemas. Mucho más fácil es seguir la caravana, ser conservador, no comprometerse con estas ideas de cambio social por las que a uno lo pueden matar. Eso ha pasado tantas y tantas veces en la historia que ni siquiera es necesario dar más ejemplos. Pero a nadie han perseguido, ni puesto preso, ni mucho menos torturado o asesinado, por ser psicoanalista. O, si sucede -como de hecho sucedió en Argentina con la dictadura del general Videla- es por una confusión de cosas: porque para una visión conservadora de ultraderecha, cualquier elemento que suene contestatario es peligrosa. Pero siempre se persiguió a psicoanalistas que tenían simpatías con la izquierda; nunca, según me he ido enterando, a quienes pertenecían a la filial argentina de la Internacional Psicoanalítica, que es más bien conservadora. Recordemos que los nazis quemaron los libros de Freud cuando anexionan Austria; lo subversivo que tiene esta teoría asusta. A un psicoanalista la derecha recalcitrante lo puede tratar de extravagante, de alternativo, pero eso no mata inmediatamente. Recuerdo que un prestigioso psicoanalista francés dijo que “el psicoanálisis es subversivo, pero no revolucionario”. ¿Tanto asusta la palabra “revolución”? Ya vemos: el anticomunismo visceral nos domina, lo tenemos metido hasta las mitocondrias. Alguna vez, sarcásticamente, el cineasta español Pedro Almodóvar dijo que “nueve de cada diez estrellas son de derecha”. Pues bien: eso podría decirse de todos los personajes que cité anteriormente: arquitectos, choferes, astronautas, físicos y un voluminoso etcétera. Si la gente, en su mayoría, fuera de izquierda, ya no habría más capitalismo. Estamos muy bien preparados para ser de derecha, conservadores, asustarnos con los cambios. Vez pasada leí por ahí, en el internet, algo que me pareció dar en el blanco, aunque pueda sonar muy duro: “en términos generales nos parecemos más a Homero Simpson que al Che Guevara”. Un psicoanalista, profesional universitario de clase media, que no pasó por una formación política marxista -como no lo pasa la inmensa mayoría de gente en el planeta- es más fácil que sea de derecha, un trabajador liberal económicamente autónomo que no se sentirá trabajador sino profesional -ser profesional pareciera........

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