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¿Es psicópata?

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19.01.2025

Entrevistador: Mrs. Madeleine Albright (Secretaria de Estado de Estados Unidos entre 1997 y 2001): ¿Realmente vale la pena matar a esos millones de bebés sólo para apoyar la política estadounidense contra Irak?

Mrs. Madeleine Albright: Sí, vale la pena.

El ejercicio del poder conlleva siempre una cuota de violencia. En mayor o menor medida, siempre hay imposición, lo cual implica un mandato, una directiva. En definitiva, eso es el poder: la acción de uno sobre otro, logrando una conducta deseada, deseada por quien ejerce ese poder, sobre la voluntad doblegada de quien sufre ese ejercicio. Por tanto, es siempre lineal, autoritario, de una sola vía.

Hay poderes y poderes, existiendo distintas formas de ejercerlo; la violencia, a veces, puede estar claramente presente en su desarrollo, quizá de la manera más descarnada. Pero no siempre es necesaria, no siempre está presente. El poder es una relación entre dos partes, y eso es lo que indefectiblemente se cumple: una de esas partes se impone -por las buenas o por las malas- y la otra se somete.

Sucede que las modalidades que asume el ejercicio del poder cuando se trata de las relaciones entre clases sociales -que no son sino relaciones de explotación económica- muchas veces, cuando no siempre, son crueles. Incluso sanguinarias, atrozmente feroces, dispuestas a mantener esa asimetría a sangre y fuego.

El poder, que es una matriz que rige buena parte de las relaciones interhumanas, siempre es eso mencionado arriba, implicando la subvaloración o discriminación de quien es objeto de la imposición. En otros términos: siempre existe un amo y un esclavo, para usar la figura hegeliana; eso se puede apreciar en las relaciones entre géneros (machismo), entre etnias (racismo), entre grupos etarios (adultocentrismo), entre países (supremacismo del Norte sobre el Sur), entre diversidades sexuales (homofobia), entre distintas procedencias (discriminación de lo rural por lo urbano), entre capacidades físicas y mentales (discriminación de las personas diferentes). En todos estos casos quien ejerce el poder marca una presunta superioridad por el considerado inferior; de modificarse esa relación, el amo pierde presencia, pierde su sitial de honor, pero no hay ninguna pérdida material. Por ello no es imprescindible la apelación a la violencia física descarnada para marcar ese poder. En las relaciones económico-sociales o, dicho de otro modo, en las relaciones entre clases sociales (ricos y pobres, o mejor aún: propietarios de los medios de producción y trabajadores asalariados) ese poder se ejerce siempre con violencia, y ante la posibilidad de un cambio, por mínimo que sea, el amo pierde no solo preeminencia, sino cosas materiales, de las que derivan lujos, esplendores, soberbias. Todo ello evidencia el fenomenal apego que tenemos los humanos a lo material. ¿Quién dijo la tamaña tontera de que “el dinero no hace la felicidad”?

La lucha de clases, de la que hoy el discurso dominante no habla, pretendiendo con ello haberlas hecho desaparecer -¡pero que definitivamente siguen marcando al rojo vivo la marcha de la historia!- ahí están presentes. Si no las hubiera ¿para qué se prepara tanto la clase dominante con un arsenal infinito de armas, y también de mecanismos mediático-ideológicos -que, por cierto, son otro tipo de armas-? En los ejemplos de ejercicio de poder arriba mencionados no hay, necesariamente, violencia física ni un odio visceral que acompaña esa relación. En el poder de la clase dominante, que se trasunta en........

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