Miquel Barceló, un barro precoz y centrífugo
En un momento como el actual para las Bellas Artes, del cual los expertos y creadores coinciden en calificar como sobresaturado y en colapso, todavía ciertas personalidades se resisten a sucumbir o atascarse. Miquel Barceló ha atravesado las décadas como una fuerza propia dentro del arte global, especialmente de la pintura y la cerámica, aunque suyo es el término todoterreno. Ahora lo recuerda todo en sus memorias, De la vida mía (Galaxia Gutenberg), que no son del todo un libro, más bien un collage.
Barceló saltó a la fama de manera estelar y se convirtió en un punto convergente de estilos en decadencia que, en su cóctel personal, renacían con un pulso desafiante, original. Maestros afianzados lo recibían al mismo tiempo que lo veían pasar por delante. A Antonio López arrebató el récord de ser el artista español vivo más cotizado con Faena de muleta, subastado por Christie’s en 4 millones de euros. Pero antes de toda la importancia, él fue un niño insular.
- No centenario de María Antonia Dans
La vocación de artista ya se respiraba en el hogar familiar. La madre de Barceló pintaba al aire como los impresionistas y también en el interior, por lo que en su casa siempre olía un poco a óleo y pintura. Creció junto a ese trasiego de su madre, con la que muchos años después formaría equipo para concebir obras textiles con bordados. Además, su tío fue el primero en instruirlo en técnicas de dibujo, composición y pintura, las cuales reconoce conservar hasta el presente. En esa época también descubre a Joan Miró, quien le abre un mundo de posibilidades para expresarse y reproducir formas animales, su gran obsesión.
Mallorca es su principal escuela, en el sentido amplio. El mar y las grutas de la isla lo conectaron desde niño a un modo muy primitivo de entender el mundo, entre luces y oscuridades, entre relieves y oquedades, entre materiales y vacíos.
La pesca y sus olores, sus emociones, fueron claves en el desarrollo de su mirada y su paciencia. Ahí interviene la mano de su padre, que se decepcionó mucho al saber de la vocación de su hijo. Tradicional y muy serio, el padre no comprendía la posibilidad de vivir vendiendo cuadros. Durante 20 años su relación fue distante y ardua. Pensaba, en su posición, que Barceló vendía drogas para sobrevivir. Pero cuando entendió lo que sucedía, pasó a hablar con él de Picasso, Matisse y Cezanne y, finalmente, se declaró fan de su hijo.
“En Mallorca aprendí los nombres de los árboles, los peces y los pájaros. Aprendí a silbar, a tirar piedras, a pescar, a matar y destripar liebres y corderos, y a cocinarlos. Muchas veces pinto lo que mato o como”, declara en sus memorias. Sufre por la destrucción de su cultura ancestral en la isla, pero se alegra al menos de haberse criado en una sociedad agrícola extinta.
Sin embargo, Barceló fue también un niño pretencioso que se encerraba en la biblioteca, porque la lectura es su bálsamo. Llamaba a su pueblo Felanietszche, en lugar de Felanitx. Su infancia se dividió en días de absoluta literatura o de absoluto buceo, horas y horas bajo el mar.
Un viaje a París en 1970
Para dar forma a sus impulsos artísticos, se apunta a la Escuela de Artes y Oficios de Palma. En 1970, un viaje a París le permite conocer nuevos modos de expresión. Allí entró en contacto con el Art Brut, las pinturas de Paul Klee y Jean Dubuffet, y el impacto que le supusieron marcó su trayectoria para siempre. Después de dos años estudiando, decide probar suerte formándose en Barcelona. Aguanta solo unos meses dentro del sistema universitario y se vuelve autodidacta, especialmente aprendiendo sobre la pintura de Lucio Fontana, Mark Rothko,........
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