Los gobiernos infames queman tiempo. Como lo suyo no es gobernar, sino monopolizar el poder, cuentan con el paso de las horas para que los escándalos se sepulten bajo la pila de las noticias y los horrores se reduzcan a costumbres. Cuentan, como el régimen brutal de Maduro, con este momento terrible: el punto de giro en el que el mundo se encoge de hombros ante una dictadura –y, resignado a la crueldad de la especie, sigue adelante con las cosas del día– como si denunciar fuera redundante, inútil. Ya qué. Ya se consumó su farsa. Ya se jugó el juego y se avaló el simulacro. Colombia no solo perdió la oportunidad de portarse como una democracia de 2024, sino que hizo su papelón, de cero en Historia, desde el presidente que comparó su anhelada caída de Maduro con la del Muro de Berlín hasta el presidente que propuso un Frente Nacional venezolano. Conforme a los criterios de
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