Acto fallido, nación en vilo
El escenario estaba dispuesto. Los actores, sin ensayar, tomados por sorpresa. Lo que presenciamos en el consejo de ministros del pasado 4 de febrero no fue una obra maestra del liderazgo, ni un drama político con giros estratégicos. Fue, más bien, una improvisación desafinada, una puesta en escena sin libreto o, peor aún, con uno que cambiaba a cada intervención del protagonista.
En el teatro del poder, la dirección lo es todo. Sin ella, los diálogos se vuelven ruido, los personajes pierden sentido y la audiencia—nosotros, los ciudadanos—salimos con más incertidumbres que respuestas. ¿Cómo esperar un desenlace distinto cuando la conducción es errática, las actuaciones carecen de rigor y la escenografía se desmorona a cada paso?
El director, tribuno de la incertidumbre, sigue anclado en el retrovisor, atrapado en su rol de controlador político. Sus discursos incendian certezas y avivan ilusiones........
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