Enseñar Historia del Arte: Una experiencia de como matar el aburrimiento
Hace mucho tiempo me enteré que la enseñanza de la historia del arte en Japón, Corea o en China es muy diferente a como se hace en los países de Occidente europeo. En los países del extremo oriente era y es requisito fundamental que el docente sepa dibujar y pintar, exigencia básica que no se requiere, que yo sepa, en Europa o Norteamérica. Una diferencia radical que tiene como origen la escritura ideográfica oriental, que son como sabemos, dibujos de ideas y no de sonidos como en Occidente. Los orientales son de esta manera dibujantes consumadamente diestros desde que inician el jardín de infancia y quizás antes.
Desde que inicié mis estudios formales, desde primaria hasta posgrado, siempre mostré una atracción sólida en el arte de todos los tiempos y lugares. A cada rato me preguntaba sobre la capacidad de los enseñantes de arte para dibujar un rostro humano o un caballo. No era una futilidad de pregunta la que me bosqueje desde entonces. Eran los tiempos ya casi prehistóricos, del proyector de diapositivas y del video beam, tecnologías superadas hogaño por los teléfonos inteligentes o smartphones. Mis clases de Historia del Arte, de la mano de los doctores Juan Astorga Anta y Simón Noriega, en la ilustre Universidad de Los Andes fueron verdadera revelación y estímulo a principios de la década de 1970.
La experiencia que voy a relatar es anterior a 1989, año en que se produjo la entrada glamorosa y para siempre de la tecnología de internet, y tuvo por........
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