Las tristezas de Barranquilla | Columna de Álvaro De la Espriella
Amamos nuestra ciudad. Es difícil encontrar un nacido en ella y que aquí mismo habite o no, que no suspire por su urbe, por su encanto tanto en el calor como en los días frescos, en sus ruidos y escándalos que siempre atribuimos a “la manera de ser del costeño”. En fin, es nuestra urbe y la defendemos como sea y donde sea necesario. ¿Por qué? No solamente porque aquí vimos la luz de la vida o nos asentamos viniendo de otras partes sino porque la ciudad tiene un no sé qué, algo extraño pero bello que cautiva y esclaviza hacia la devoción por ella. En este sentido somos diríamos que legendarios, algo así como lo describió Mitterand cuando le preguntaron por qué era tan fanático de........
© El Heraldo
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