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Mi hermana

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29.06.2025

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Un paro cardiorrespiratorio le reventó el corazón a mi hermana Yolanda a las 7:54 del viernes 20 de junio y la quemamos el sábado a las cinco de la tarde. Yo la odiaba porque era bruja, negra y goda, y ella me odió desde antes de mi nacimiento porque no quería que mamá tuviera más hijos; pensaba que ya éramos muchos en casa, ¡seis!

Tampoco se la llevó bien con mis otros hermanos, si exceptuamos a Harold, una suerte de Clark Gable del trópico que pasaba los días rompiendo labios y corazones y leyendo novelas de pistoleros enfundado en una bata de seda verde chatré. Para ella, Harold era el hombre más bello del mundo y de la historia.

Yo soy jodida, decía, y era verdad. Un día que estaba haciendo fila para confesarse –tenía Yolanda 16 años– una viejita se coló, mi hermana le dijo, señora, respete la fila, la viejita la ignoró, mi hermana la cogió de las mechas, la viejita la insultó, culicagada malparida, mi hermana le dijo vieja cacreca y la viejita se puso a llorar a gritos. Entonces el cura salió del confesionario, las sacó de la iglesia, les echó una maldición en sucinto latín y les dijo que estaban endemoniadas. Tenía razón. Ambas estaban endemoniadas. Si leemos la prensa, comprobamos que el mundo entero gira endemoniado, que el Señor de las Tinieblas está ganando la partida hace siete mil años… pero me desvío. Retomemos.

Tampoco se llevó bien con nuestro hermano José, una criatura que fue santo desde chiquito y ya de grande obró milagros reales que les contaré otro día; era santo de noche y santo de día… hasta que se........

© El Espectador