El placer de odiar
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Hablaba la columna pasada de la consternación que me produjo una frase de un personaje de El alba de Elie Wiesel. Debía matar a un hombre que no conocía y de quien nada sabía: «No sabía si se rascaba la nariz al comer, si hablaba o callaba cuando hacía el amor, si le gustaba odiar, si engañaba a su mujer, a su Dios, o a su porvenir. Lo único que sabía es que era inglés; que era mi enemigo» (las cursivas son mías).
Decía que nunca se me había ocurrido que a alguien le gustara odiar. Luego, sin embargo, releyendo el texto, me vino a la memoria el ensayo de William Hazlitt, El placer de odiar. Por qué había puesto en un anaquel lejano de mi biblioteca mental aquel ensayo decidido de título vehemente es cuestión que habría que preguntar a la inconstante memoria. El caso es que me vi conminado a volver al ensayo de Hazlitt para recordar en qué regiones de la........
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