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Hermanos enemigos

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Tengo siete hermanos, todos menores que yo. Estoy oficialmente peleado con tres de ellos. Cuando digo oficialmente, quiero decir públicamente. Cuando digo públicamente, quiero decir por periódico. Cuando digo por periódico, quiero decir que he peleado con esos tres hermanos en una columna del periódico en que escribo semanalmente.

Mi esposa y yo hemos deliberado estos días de diciembre si debemos pasar las fiestas navideñas con nuestras familias biológicas en la ciudad en que nacimos, a orillas del Pacífico, o si es mejor no viajar y entonces quedarnos prudentemente en la isla de la Florida donde vivimos con nuestra hija adolescente. Mi esposa y nuestra hija han opinado que no debemos viajar, pues desean quedarse en casa, disfrutando del buen clima en la isla. Como de costumbre, yo he sido invadido por un ejército insidioso de dudas y rencores. Por una parte, extraño a mi madre y me gustaría compartir la cena navideña con ella. Por otra parte, estoy peleado con tres de mis siete hermanos y me aterra encontrarme con ellos porque son de armas tomar y alguno, pasado de copas, o incluso sobrio, podría darme una trompada, un puñetazo. Debido entonces a que mis mujeres son prudentes y sedentarias y aman la vida sosegada de la isla, y a que yo soy un cobarde, hemos decidido que no viajaremos y pasaremos las fiestas en casa, en la cómoda intimidad de nuestra familia.

Me quedo, sin embargo, con el sabor amargo de la derrota. Si fuera un hombre que evita meterse en problemas, no estaría peleado con tres de mis hermanos. Si fuera al menos valiente, viajaría y les daría cara, a riesgo de que me lastimen la cara. Pero soy un experto en pelearme con la gente que más me quiere, y también con la que menos me quiere. Debo reconocer que yo tengo la culpa de estar enemistado con tres de mis hermanos, en vísperas de las fiestas de fin de año, unas fiestas en las que debería practicar las virtudes del perdón y la reconciliación, unas virtudes del todo extranjeras a mi composición genética, a mi identidad. No corresponde ser........

© El Espectador


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