Un alma rota puede hacer mucho daño.
Hace varios años cité en esta columna un dato que me pareció bastante “curioso”: Cuando Ludwig Wittgenstein ingresó en el instituto, coincidió con Adolf Hitler. El primero muy refinado, inteligente y polémico, el segundo, todo lo contrario; ordinario, tímido y poco brillante. Algunos encuentran la semilla del odio hacia los judíos, por parte de Hitler, en su infancia; en el resentimiento que le generó la imagen superior del filósofo ante su propia pequeñez.
Al margen de lo complejo del filósofo Wittgenstein, esta “pequeña anécdota” me pareció casi descomunal por las posibles implicaciones que tuvo para con el mundo y, muy especialmente, para con el pueblo judío.
¿Sería posible que un holocausto que cobró la vida de más de 6 millones de judíos, y otras decenas de millones de ciudadanos que perecieron en la Segunda Guerra Mundial, hayan perecido por un odio y una........
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