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La democracia emocional: votamos más contra alguien que por algo

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23.06.2025

Las elecciones generales del 2026 se acercan y el escenario electoral peruano se presenta, una vez más, como un campo abierto a la incertidumbre. La historia reciente nos ha enseñado que, en el Perú, la racionalidad electoral no responde a ideologías estables ni a partidos consolidados, sino a un conjunto volátil de emociones colectivas, desconfianzas históricas y rechazos acumulados.

El ciudadano común no vota por una visión de país, sino por sentimientos inmediatos de rabia, miedo, esperanza, castigo, necesidad o hartazgo. En este contexto, resulta necesario mirar hacia atrás para entender por qué elegimos a quienes elegimos, y por qué seguimos atrapados en un ciclo de frustración y precariedad democrática.

Keiko Fujimori perdió tres veces, no por falta de recursos ni estructura, sino por lo que representa emocionalmente. El antifujimorismo se convirtió en un reflejo automático, casi biológico. En las elecciones de 2011, Humala capitalizó el miedo a un retorno autoritario; en 2016, PPK fue el mal menor con corbata; en 2021, hasta Pedro Castillo resultó preferible para medio país. Nadie lo eligió por sus méritos, sino porque no era Keiko Fujimori.

Ahí tenemos un patrón claro, el voto peruano no afirma, reacciona; no construye, se defiende; no escoge un modelo de país, escoge quién no quiere que gane. Y así, cada cinco años, jugamos a la ruleta rusa democrática y eso da como resultado gobiernos frágiles, conflictivos e improvisados.

En las últimas elecciones, el triunfo de Pedro Castillo nos reveló una gran verdad. Sin preparación ni partido sólido, con un mensaje más simbólico que real, representó a los invisibles y ganó, no por tener un plan, sino por........

© El Búho