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María Ignacia Briceño y Briceño “Doña Nacha” y su legado en la crianza de “El Diablo” / Por Oswaldo Manrique

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12.05.2025

Se fuga alegremente, desde que Francisco Javier, el hermano mayor y su padrino, lo llevó a Kachute, a ver la molienda en el trapiche, y le dieron a probar guarapo de caña. De vez en cuando se escapa para ver el humo de la chimenea abrazando a la neblina. El trapiche es movido por las fuertes, frescas y cristalinas aguas del Bomboy. Se queda embelesado, viendo como se hace paso a paso la panela, y por supuesto, pendiente de la tercera paila para pedir algo de espuma de melaza. Quizás lo atraía ese delicioso olor que expiden las inmensas y hervidas pailas. Este ingenio, su panela, el granulado y la caña de azúcar, formaba parte de la vida misma de los Briceño.

Otras veces se escapaba para ir a los ordeños, o a la preparación de los quesos o al corral de las aves, a ver los pavos reales. “Nacha”, la hermana mayor, lo contemplaba mucho, no le perdía el rastro, al igual que las indias de la servidumbre.

Bajó lentamente los grandes escalones de la casona y se fue al trapiche, que estaba en época de zafra. Al verlo, se le fue acercando y le dijo en su particular forma de pronunciar:

Su mundo era de felicidad, comodidades, sin limitaciones económicas, con maestros que les enseñaban en su casa, música, religión y sobre todo, abrumada por los mimos de sus padres. Nacha era la mayor de sus hermanos Briceño, jugaba con ellos y los dirigía, fungía como una especie de instructora y guía. Su hermana María Encarnación, en 1776, sintió inclinación por los hábitos y se fue al Convento de Santa Clara de Mérida.

La hermosa casa solariega del doctor Antonio Nicolás Briceño, en la hacienda “La Concepción”, ubicada en las feraces tierras de Mendoza, Provincia de Trujillo, surcada por las aguas del irreverente Bomboy, bajo el calor, cariño y ternura de doña Francisca, su madre, fue donde se criaron aquellos bravíos guerreros, la dinastía de los Briceño, devotos de la libertad y el republicanismo. Allá mismo, rodeados de una exuberante vegetación, cañaverales y potreros, a veces caminando por el puente solido de cal y canto, se cultivó su corazón solidario, su dignidad, promotores de las ideas independentistas, estos abnegados forjadores de la Patria. Allá mismo fue, donde nacieron y vivieron los hermanos y hermanas Briceño, dinastía ejemplo de la dignidad revolucionaria.

María Ignacia, mujer de virtudes, trabajo, espiritualidad, de mucho fervor patriótico, quien asumió forzosamente el rol bajo unas dramáticas circunstancias, quizás sin saberlo, siendo muy joven y soltera, como la madre necesaria de aquella familia.

Llegado el día 29 de abril de 1782, la partera que los había ayudado a venir al mundo, y que llamaban “madrina”, les informó que el niño estaba bien, pero lamentablemente doña Francisca, murió en el parto. Esto, fue demoledor para don Antonio, el abogado, próspero hacendado y hombre fuerte de la monarquía en Trujillo, pero mucho más para María Ignacia, su hija mayor. La tristeza........

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