OPINIÓN: Decálogo sobre la indecencia
Es indecente que me refugie en las penurias de mi pueblo bloqueado y asfixiado, pero con gobierno propio, soberano, inclaudicable —aún cuando esas penurias, que no son pocas, formen parte de la guerra global (eufemismo que encuentro para calificar esta guerra mundial en curso) —, solo porque afectan mi vida cotidiana, si la muerte ronda a millones de seres humanos. La indecencia, sin embargo, se ha convertido en virtud: la mentira, el cinismo, el desprecio a la vida humana de los otros. “Defiéndannos ustedes que saben escribir!”, le dijo una anciana a Alejo Carpentier en 1937 en la España profunda, durante la guerra civil de aquel país. No sé cómo cumplir ahora mismo la súplica de aquella pobre mujer. No sé si sé escribir, si soy capaz, efectivo, si alguien me leerá. ¿Salvarán de la muerte mis palabras a una mujer, a un niño? ¿Estamos todos tan locos?
No puedo ir a Gaza, a Teherán, al Líbano, como quisiera, porque lo más decente que pudiéramos hacer es morir allí, peleando junto a los agredidos. José Martí escribió mucho, pero llegado el momento montó en el caballo, y empuñó la pistola. El dilema de los intelectuales de entonces es el de hoy frente a la guerra y al resurgimiento del fascismo en el mundo. Servir o servirse, poner la capacidad de crear al servicio de la Humanidad, o perseguir la “trascendencia personal”. André Malraux le contó a nuestro gran novelista una anécdota reveladora: un señor caminaba apurado con........
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