Perrerías mías
El 28 de mayo es el Día Mundial del Perro sin raza; esos que acá llamamos satos y son más abundantes, saludables y cariñosos que muchos de reconocido pedigree. Chuchos de ojos conquistadores que crecen como caricaturas de sus ancestros alcurniosos, cuyas cualidades remedan de forma irreverente, a veces con tanta gracia que hasta inician su propio linaje.
En casa llegamos a tener una docena de esos (a la vez, sí… ese es el superpoder de mi madre), además de otros muchos a lo largo de los años. El primero fue Luisi: un enano color ébano que se fugaba por la ventana de un salto (Sotomayor lo envidiaría) y contagió a Leo, el salchicha, tal habilidad.
La etapa de los muchos empezó con Suerte: una bolita que confundí en la calle con una rata. La traje a casa y mi mamá la hizo suya. Nunca midió más de una cuarta de alto. Cuando tenía cuatro años soltaron un cachorrito orejón en nuestra puerta, mi cuñada lo recogió, y antes del año nuestra Suerte se vio multiplicada varias veces: de cinco en cinco llegamos a acumular aquellos 12, más regalados y muertes prematuras.
A los primeros los nombré yo,........
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