El Son de los abrazos
Cuajan en su vaivén de islas sedimentadas y golpeadas, en puentes como oleajes y en creaciones magmáticas. Su lírica la imanta de una “cierta manera” de reverdecer por el mismísimo tronco/fluir que le ha sido mutilado, una y otra vez, por cuantos látigos se han inventado la maldad y el afán de doblegarla. Con sus tajadas de irrupciones, de semillas volcánicas, se vuelve a plantar y a completar.Y a encallarse/anclarse en un viejo/nuevo sueño. En utopías a mecer, desde lo que se prueba bueno/dulce, de aquí y de allá, hasta lo que se le antoja posible/sensual. Lo suyo es/será el armonioso perpetuo de explorar y (re)encontrar-se.
En sístoles y diástoles del ser/estar, de resistir-aplatanar. Devino así, desde que fuera Fe y señal, el subcutáneo latido, el gemido del clímax del sonar más acá, de la madurez de la nación mulata. Cual la consagración del abrazo fecundo del cuero y la madera, del tambor y la cuerda, del ritmo y la melodía.
Eso fue/es el Son, la expresión supersincrética de un sentirse cubano. La expresión musical del saberse/desearse distinto/genuino, que fue primero lo que le dejaban ser y florecimiento luego de un “nosotros” mulato y secular. Poco que ver con el esnobismo de “alcurnia” y más en el presentir la mejor manera de abrazar lo distinto. ¡Llama el Sol y la sacarosa responde!
Brotó de “abajo” y para su expansión. Para sincronizar la melaza y el crujir, para acabar de conjurar la violencia de la Plantación. En una zona de costumbres libres, de cimarronaje creativo. Al margen de las normas académicas. En el meollo de la........





















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